No hay una sola visión sobre el amor.
Las formas de representar el amor son enormemente diversas y todavía más en nuestra época.
A lo largo de la Historia se ha pretendido legitimar, por medio de la Literatura y las artes, una concepción del amor que sometía a una de las partes a la condición de sierva y reconocía, a otra, el derecho al dominio. Así se verifica, de distintas maneras, en el libro de Rut, el Kamasutra, el Arte de amar de Ovidio o la novela de Genji.
De hecho, el simulacro occidental del amor cortés, originado en el feudalismo, otorga a la mujer amada el supuesto de la supremacía, bajo el nombre de dueña o señora, pero la condena a un encierro de por vida tras los muros del gineceo: un mundo doméstico en el que las mujeres tampoco podían vivir en igualdad, sino que se sometían unas a otras como amas y criadas. La realidad escondida bajo el simulacro se manifestaba con violencia, con un pretexto que se consideraba sagrado: los celos. El varón poseído por la pasión se cobraba como víctima el cuerpo y hasta la vida de la pretendida señora, que solo podía ser dueña de los otros como posesiones, nunca de sí misma.
Mientras los varones dominaron el espacio público, la salida más allá del muro traía como consecuencia la pérdida de cualquier protección y la exposición constante a la violencia masculina. Menudo amor, tamaño engaño, como se lamentaban las escritoras cuando tenían ocasión. "Malamente", dice una canción popular.
Así pues, si os ofreciéramos un catálogo prefigurado de los mitos, los arquetipos y los estereotipos amorosos, produciríamos un efecto desmoralizador. ¿Vale más no amar? ¿El desamor nos hace libres? Depende de vuestra independencia.
En vez de cohibiros bajo una manta de tragedias, vamos a partir de vuestras preferencias.