Nos informamos individualmente, mediante una lectura científica cooperativa. Finalizada la lectura, en grupo pequeño resolvemos las dudas surgidas y finalmente aclaramos las dudas que han quedado sin resolver en el grupo de clase, empleando la técnica cooperativa del "saco de las dudas". Para esta actividad emplearemos una sesión de clase.
El termoscopio
El termómetro, ese instrumento cotidiano, deriva su nombre de los vocablos griegos thermos, que significa calor, y metron, medida; literalmente es un instrumento que sirve para medir la temperatura. El primero en idearlo, al menos algo parecido, fue Galileo Galilei (1564-1642) en el año 1592 y su funcionamiento consistía en medir la temperatura ambiental. Para ello diseñó un dispositivo en forma de varilla, con una parte superior terminada en bulbo y una inferior que se introducía en una jarra llena de agua.
Los cambios en la temperatura del aire contenido en la ampolla ejercían un efecto de succión sobre la columna de agua situada abajo, de forma que ascendía. A este invento se le bautizó con el nombre de «termoscopio».
Del termoscopio al termómetro
Por sorprendente que pueda parecernos el invento de Galileo Galilei carecía de escala graduada y, además, tenía el inconveniente de que la altura que alcanzaba el líquido dependía de la presión atmosférica. En 1611 el médico veneciano Santorius Santorio añadió una escala numérica, de forma que la temperatura pudiese cuantificarse.
Además, este galeno italiano, uno de los fundadores de la medicina experimental, imaginó un uso adicional, poder medir la temperatura corporal. De esta forma apareció el primer termómetro clínico de la historia.
Inicialmente siguió empleándose el término acuñado por Galileo y el vocablo «termómetro» no hizo su aparición hasta 1624 cuando el jesuita Jean Leurechon lo empleó por vez primera en un tratado de termodinámica.
El primer termómetro de mercurio
En el siglo XVII Fernando II de Medici –el Gran Duque de la Toscana- decidió introducir aguardiente coloreado en el interior del termómetro, en lugar de agua. El beneficio que se obtenía era doble, por una parte era más sensible que el agua a la dilatación y, por otra, no se congelaba con tanta facilidad.
Newton también tomó cartas en el asunto y propuso en 1701 una escala en donde el cero era el punto de congelación del agua y el doce la temperatura normal de un «inglés sano». Trece años después, el holandés Gabriel Fahrenheit (1686-1736) sustituyó el aguardiente por mercurio y además introdujo una nueva escala de medición, la Fahrenheit.
El neerlandés propuso el cero para la temperatura más baja que pudo conseguir, con una mezcla de hielo, agua y sal; y noventa y seis como referencia para el calor humano. Asignó aleatoriamente el valor 32 a la temperatura de congelación del agua y el 212 a la de ebullición.
Más adelante, ya estamos en 1742, otro físico, Anders Celsius, no contento con esta escala tan compleja planteó graduar los termómetros entre cien (punto de congelación del agua) y cero (punto de ebullición). Al año siguiente Jean-Pierre Christin propuso la conveniencia de invertir estos puntos, la escala resultante fue la que todos conocemos.
El primer termómetro de bolsillo
Los primeros termómetros clínicos estaban fijados a la pared, medían unos treinta centímetros de longitud y se tardaba, por término medio, unos veinte minutos en medir la temperatura corporal. En 1867 el médico inglés Clifford Allbutt revolucionó el mercado al diseñar uno de quince centímetros que medía la temperatura corporal en tan sólo dos minutos. Fue todo una revolución.
En cuanto a la escalas, con la Revolución Francesa se bautizó como «centígrada» a la escala ideada por Celsius, la cual pasó denominarse a partir de 1948 como «escala Celsius». La inestimable aportación de Jean-Pierre Christin quedó en el olvido.
Actualmente en la Unión Europea se han retirado del mercado los termómetros de mercurio debido a su efecto nocivo para el medio ambiente y la salud. Se han sustituido por los termómetros electrónicos que funcionan gracias a un termistor (un sensor resistivo de temperatura).
El saco de las dudas
Una vez que hemos terminado la lectura, en el grupo pequeño resolvemos las dudas encontradas. Las dudas que nos queden sin resolver se escribirán en un folio que doblaremos y meteremos en el saco de las dudas para que, posteriormente, en el grupo de clase, las vayamos sacando de una en una del saco de las dudas y comentando entre todos.