En la segunda mitad del siglo XIX los escritores realistas estaban interesados en retratar la realidad. Como si de un reportero se tratara, con una cámara al hombro, trataban de registrar lo que veían, lo que oían, lo que pasaba a su alrededor...
Vamos a leer ahora algunos textos de autores realistas y comprobaremos si nos parecen diferentes de los románticos. Nos fijaremos también en esa realidad que plasman ¿se parece a la nuestra? ¿es muy diferente?
Estos textos son fragmentos de tres novelas de la época; están también recogidos en la Antología junto con otros fragmentos y un resumen del argumento de cada obra que nos ayudará a entenderlos mejor.
TEXTO 1: Fragmento de "Misericordia" de Benito Pérez Galdós
En la puerta de la Iglesia de San Sebastián, en Madrid, se juntan un grupo de mendigos, entre los que se encuentran Doña Benina y el ciego Almudena, protagonistas de la novela...
"Mucho más numerosa y formidable que por el Sur es por el Norte la cuadrilla de miseria, que acecha el paso de la caridad. (…)
"-Cállate, mala lengua.
-Mala lengua tú, y... ¿quieres que te lo diga?... ¡adulona!
-¡Lenguaza!".
Eran tres las que así chismorreaban, sentaditas a la derecha, según se entra, formando un grupo separado de los demás pobres, una de ellas ciega, o por lo menos cegata; las otras dos con buena vista, todas vestidas de andrajos, y abrigadas con pañolones negros o grises. (...)
Empezaba a salir gente, y caían algunas limosnas, pocas. Los casos de ronda total, dando igual cantidad a todos, eran muy raros, y aquel día las escasas moneditas de cinco y dos céntimos iban a parar a las manos diligentes de Eliseo o de la caporala, y algo le tocó también a la Demetria y a señá Benina. Los demás poco o nada lograron, y la ciega Crescencia se lamentó de no haberse estrenado. (...)
La mujer de negro vestida, más que vieja, envejecida prematuramente, era, además de nueva, temporera, porque acudía a la mendicidad por lapsos de tiempo más o menos largos, y a lo mejor desaparecía, sin duda por encontrar un buen acomodo o almas caritativas que la socorrieran. Respondía al nombre de la señá Benina (de lo cual se infiere que Benigna se llamaba), y era la más callada y humilde de la comunidad, si así puede decirse; bien criada, modosa y con todas las trazas de perfecta sumisión a la divina voluntad. (...) Con todas y con todos hablaba el mismo lenguaje afable y comedido; trataba con miramiento a la Casiana, con respeto al cojo, y únicamente se permitía trato confianzudo, aunque sin salirse de los términos de la decencia, con el ciego llamado Almudena, del cual, por el pronto, no diré más sino que es árabe. (...) Tenía la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto finos y de buena educación, y su rostro moreno no carecía de cierta gracia interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y obscuros, apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no terminaban en uñas de cernícalo. Eran sus manos como de lavandera, y aún conservaban hábitos de aseo. Usaba una venda negra bien ceñida en la frente; sobre ella pañuelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas."
TEXTO 2: Fragmento de "Fortunata y Jacinta", de Benito Pérez Galdós
Juanito de la Cruz, actualmente casado con Jacinta, se reencuentra con Fortunata, con la que había tenido una relación amorosa, después de haberla buscado por todo Madrid, y retoman su relación...
«Esto de alquilar la casa próxima a la tuya—dijo Santa Cruz—, es una calaverada que no puede disculparse sino por la demencia en que yo estaba, niña mía, y por mi furor de verte y hablarte. Cuando supe que habías venido a Madrid, ¡me entró un delirio...! Yo tenía contigo una deuda del corazón, y el cariño que te debía me pesaba en la conciencia. Me volví loco, te busqué como se busca lo que más queremos en el mundo. No te encontré; a la vuelta de una esquina me acechaba una pulmonía para darme el estacazo... caí».
— ¡Pobrecito mío!... Lo supe, sí. También supe que me buscaste. ¡Dios te lo pague! Si lo hubiera sabido antes, me habrías encontrado.
Esparció sus miradas por la sala; pero la relativa elegancia con que estaba puesta no la afectó. En miserable bodegón, en un sótano lleno de telarañas, en cualquier lugar subterráneo y fétido habría estado contenta con tal de tener al lado a quien entonces tenía. No se hartaba de mirarle.
« ¡Qué guapo estás!».
— ¿Pues y tú? ¡Estás preciosísima!... Estás ahora mucho mejor que antes.
— ¡Ah!, no—repuso ella con cierta coquetería—. ¿Lo dices porque me he civilizado algo? ¡Quiá!, no lo creas: yo no me civilizo, ni quiero; soy siempre pueblo; quiero ser como antes, como cuando tú me echaste el lazo y me cogiste.
— ¡Pueblo!, eso es—observó Juan con un poquito de pedantería—; en otros términos: lo esencial de la humanidad, la materia prima, porque cuando la civilización deja perder los grandes sentimientos, las ideas matrices, hay que ir a buscarlos al bloque, a la cantera del pueblo.
Fortunata no entendía bien los conceptos; pero alguna idea vaga tenía de aquello.
«Me parece mentira—dijo él—, que te tengo aquí, cogida otra vez con lazo, fierecita mía, y que puedo pedirte perdón por todo el mal que te he hecho...».
—Quita allá... ¡perdón! —exclamó la joven anegándose en su propia generosidad—. Si me quieres, ¿qué importa lo pasado?
En el mismo instante alzó la frente, y con satánica convicción, que tenía cierta hermosura por ser convicción y por ser satánica, se dejó decir estas arrogantes palabras:
«Mi marido eres tú... todo lo demás... ¡papas!».
Elástica era la conciencia de Santa Cruz, mas no tanto que no sintiera cierto terror al oír expresión tan atrevida. Por corresponder, iba él a decir mi mujer eres tú; pero envainó su mentira, como el hombre prudente que reserva para los casos graves el uso de las armas."
Texto 3: Fragmento de "La Regenta", de Clarín
Ana Ozores, la regenta, huérfana de padre y madre y sin un gran nivel económico, es aparentemente aceptada en la sociedad de Vetusta en “la clase”, es decir, entre la gente de la aristocracia, y sus tías planean su posible casamiento…
"Su belleza salvó a la huérfana. Se la admitió sin reparo en “la clase”, en la intimidad de la clase por su hermosura. Nadie se acordaba de la modista italiana. -Tampoco Ana debía mentarla siquiera, según orden expresa de las tías-. Se había olvidado todo, incluso el republicanismo del padre, todo: era un perdón general. Ana era de “la clase”; la honraba con su hermosura, como un caballo de sangre y de piel de seda honra la caballeriza y hasta la casa de un potentado.
Las señoritas nobles no envidiaban mucho a Anita, porque era pobre. Para ellas la hermosura era cosa secundaria; daban más valor a la dote y a los vestidos, y creían que las proporciones -los novios aceptables- harían lo mismo. Sabían a qué atenerse. En las tertulias, en los bailes, en las excursiones campestres no le faltarían a la sobrina adoradores; los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos más o menos disimulados; les atraería la hermosura de Ana, pero no se casarían con ella. (…)
El cálculo de las tías respecto al matrimonio de Ana no se había modificado a pesar de la gran hermosura de su sobrina. Por guapa no se casaría con un noble; era preciso abdicar, dejarla casarse con un ricacho plebeyo. Entre tanto, se necesitaba mucha vigilancia y tener advertida a la niña. (…)
-En el mundo en que has entrado, y al que perteneces de derecho, es necesario... un ten con ten especial. (…) Sobre todo en el trato con los hombres. Tú habrás notado que en público los de la clase jamás faltan a la más estricta y meticulosa... eso, decencia (…) Pero, si lo que no es de esperar (…) alguno se propasase a mayores, lo que se llama mayores, sobre todo, tomándolo en serio y obsequiándote (palabra de la juventud de doña Anuncia), obsequiándote en regla, entonces no te fíes; déjale decir, pero no te dejes tocar. Al que te proponga amores formales, no le toleres pellizcos, ni nada que no sea inofensivo. Escandalizarse es ridículo, es como no saber con qué se come alguna cosa... (…) Y tolerar demasiado es exponerse. Tú no te has de casar con ninguno de ellos...
-Ni gana, tía -dijo Anita sin poder contenerse, pesándole en seguida de haberlo dicho. (…)
-Eso de la gana te lo guardas para ti -exclamó doña Anuncia, puesta en pie otra vez, y dejando caer el Werther al suelo.
-Eres muy orgullosa -añadió. (…) Pero lo que importa es que tú no olvides lo que te digo. Es necesario que dejes antes de entrar en casa de la marquesa ese aire displicente y ese tonillo seco, porque es una impertinencia. Lo que está bien, muy bien, y ya ves como lo bueno se te alaba, es que en público mantengas el severo continente que merece no menos elogios del público que tu palmito y buen talle.
-Sí, hija mía -interrumpió doña Águeda-. Es necesario sacar partido de los dones que el Señor ha prodigado en ti a manos llenas.
Ana se moría de vergüenza. Estos elogios eran el mayor martirio. Se figuraba sacada a pública subasta. Doña Águeda y después su hermana trataron con gran espacio el asunto de la cotización probable de aquella hermosura que consideraban obra suya. Para doña Águeda la belleza de Ana era uno de los mejores embutidos; estaba orgullosa de aquella cara, como pudiera estarlo de una morcilla."
Leemos y comentamos
Leemos los textos y, en equipo, vamos rellenando la Plantilla para la lectura de los textos realistas (descargar el documento en formato editable odt y en pdf) y comentando lo que nos llama más la atención de cada uno.
Comparamos: realistas versus románticos
Vaya cambio ¿no? Los autores realistas, a diferencia de los románticos, se centran en la realidad. Les interesa observarla, analizarla, describirla, a menudo con sentido crítico, y también cambiarla, pero lo hacen de una forma, como no podía ser de otro modo, más realista, más probable. No huyen, ni chocan con ella. La afrontan para, desde ahí, darla a conocer y transformarla.
Los propios autores realistas, como Juan Valera en un fragmento de su novela Pepita Jiménez, hacen alusión a sus diferencias con los autores románticos. El narrador cuenta aquí el encuentro entre dos amantes después de mucho tiempo y muchas dificultades (Pepita y Don Luis) y seguidamente juega con la idea de... ¿cómo habrían contado eso mismo los autores románticos? Leemos el texto y subrayamos esas diferencias.
Juguemos nosotros/as también un poco. Pensemos en el Texto 2, en el que se cuenta el reencuentro de Juanito de la Cruz con Fortunata, su amante, después de haberla buscado durante mucho tiempo. ¿Se parece en algo a la búsqueda de Manrique en el Rayo de Luna? ¿Se parece al amor romántico que hemos visto anteriormente? ¿Hubiera sido igual si lo hubiera contado Espronceda o Bécquer? ¿Qué cambiaría... en los personajes, el espacio, el ambiente, la acción, el lenguaje...? Lo comentamos en el equipo ayudándonos de la Plantilla de Comparación: realistas versus románticos (descargar el documento en formato editable odt y en pdf).
Ahora ponemos en común, en gran grupo, los resultados de las dos plantillas con las que que hemos trabajado.
El realismo en pocas palabras
Por último, a partir de las sensaciones que nos han producido los textos y usando las palabras clave que hemos ido apuntando en la plantilla vamos a crear también nuestra Nube de palabras realistas. Trabajamos en equipo y usamos la misma aplicación digital Tagul (consultar la ayuda para usarla) que hemos usado anteriormente o lo hacemos en una cartulina, a modo de collage.
¿Se parecen en algo a nuestras nubes románticas?
Podemos publicarlas, o imprimirlas y pegarlas en las paredes de la clase junto con las que hemos hecho anteriormente.