La crisis del siglo XIV también afectó en el ámbito político con enfrentamientos y guerras que hicieron tambalearse a una institución tan fuerte como el Papado.
Todo comenzó con el conflicto entre el PapaBonifacio VIII y el rey francés Felipe IV, con la excomunión de este último por brujería. Con el fallecimiento del Papa, el monarca galo consiguió que se nombrara a un francés como Papa, Clemente V, y trasladó la sede episcopal a la ciudad de Aviñón. Desde allí, Felipe IV y sus sucesores consiguieron controlar la política papal desde 1309 hasta 1377.
El Cisma de Occidente se produjo entre 1378 y 1417 cuando la Iglesia Católica se dividió en dos obediencias: Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón. Durante estos años hubo dos sedes papales e, incluso, tres porque el Concilio de Pisa (1409) trató de ser una solución al excomulgar a los dos Papas y nombrar uno nuevo. Además, comenzaban a surgir ideas como la de Jan Hus sobre la necesidad de reformar la Iglesia para seguir los pasos de Cristo, pues el Papado era un nido de corrupción.
Esto dejaba claro que serían los poderes terrenales quienes tendrían que dar solución al problema. En el Concilio de Constanza (1417), el emperador y los monarcas de Inglaterra, Francia, Castilla, Navarra, Aragón y las autoridades italianas llegaron al acuerdo de nombrar a Martín V y poner fin al cisma. De esta forma, la cristiandad católica volvía a estar bajo el mismo Papa en Roma.
No obstante, Benedicto XIII o el "Papa Luna" se mantuvo en Peñíscola como el verdadero Papa, surgido de la rama de Aviñón, hasta su muerte en 1423. Sin embargo, nadie reconocía ya su autoridad.
La Guerra de los 100 Años (1337-1453)
Fue el último gran enfrentamiento feudal de la historia. Precisamente, la principal causa fueron los lazos de vasallaje entre los reyes de Francia e Inglaterra, que suponían la posesión de muchos territorios franceses por parte del rey inglés.
Las uniones dinásticas entre las familias reales generaron un problema sucesorio. Los reyes Capeto de Francia siempre habían sido sucedidos por sus hijos varones, pero Luis X sólo tenía a su hija Juana de Navarra. La sucesión se realizó entre los hijos de Felipe el Hermoso pues ninguno tuvo un hijo varón. El final de la sucesión capeta estaba en Isabel de Francia, madre de Eduardo III, rey de Inglaterra. Pero los nobles franceses prefirieron entronizar a un primo de los últimos reyes, Felipe VI, antes de dar la corona al monarca inglés, comenzando así la andadura de la dinastía Valois en la corona francesa.
No debemos olvidar la importancia de la zona, con la importancia comercial de las ciudades flamencas, el control del canal de la Mancha y los Estados Pontificios asentados en Aviñón.
De esta manera, se fueron alternando enfrentamientos por la posesión de la corona francesa y el control de ciertos territorios. Destacaron las batallas de Crecy (1346) o la batalla de Azincourt (1415) con victorias inglesas. Gracias a estas, Inglaterra estaba consiguiendo anexionar bastantes territorios franceses y Enrique V de Inglaterra firmó el Tratado de Troyes (1420) por el que conseguía su unión matrimonial con Catalina de Valois y la firme intención de unir ambas coronas en su heredero.
Cuando parecía clara la victoria inglesa y la unión de ambas coronas, apareció en escena una joven campesina, Juana de Arco (1412-1431), que decía que Dios la había elegido para liderar al ejército francés hacia la victoria, ayudando a Carlos VII a coronarse como rey francés. La batalla de Patay (1429) supuso el punto de inflexión hacia la victoria francesa. Juana, sin embargo, fue traicionada por algunos nobles franceses que se la entregaron a los ingleses que la juzgaron por hereje y la quemaron en la hoguera el 30 de mayo de 1431.
En 1456 el papa Calixto III autorizó la revisión del juicio para declararla inocente y mártir. Posteriormente, fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920.
Este conflicto tan largo no sólo afectó a Francia e Inglaterra, sino que muchos ducados y reinos cercanos se vieron afectados, como Castilla y Aragón. Las alianzas tuvieron, así, influencia en guerras civiles, como la de los Dos Pedros (1356-1369) por el control del Reino de Murcia y el establecimientos de sus fronteras.
Las consecuencias de este largo conflicto, además de asentar a la dinastía Valois en Francia y conseguir centralizar su poder en su reino frente a la nobleza, fue la debilidad de Inglaterra, que acabó sufriendo una guerra civil (la guerra de las Dos Rosas) entre la casa de Lancaster y la de York por la sucesión al trono, pues ambas eran descendientes de Eduardo III. La guerra finalizó con la entronización de la nueva dinastía Tudor surgida del matrimonio de Enrique VII (casa de Lancaster) e Isabel de York.
