El ser humano en la modernidad
Aunque ya hemos visto en líneas generales cuál era la visión que del ser humano se tenía en el Renacimiento, es importante que profundicemos en dos de las teorías antropológicas fundamentales de la modernidad. La primera es la de Descartes (S. XVI) y la segunda la de Kant (S. XVIII)
EL SER HUMANO EN DESCARTES
Para Descartes el ser humano está constituido por dos sustancias (aquello que puede subsistir sin necesidad de otra cosa) independientes: el cuerpo (sustancia extensa) y el alma (sustancia pensante).
Estas dos realidades son independientes y presentan distintas características. El cuerpo es como una máquina, actúa siguiendo las leyes de la naturaleza, como si de un mecanismo se tratase, por ello, está determinado, no es libre.
El alma sin embargo sí es libre y se caracteriza por tener ideas y poder pensar. Para Descartes esta racionalidad es el fundamento del ser humano ya que le da mayor importancia al alma que al cuerpo pues esta nos hace libres.
La relación entre una y otra es como la de un piloto en un navío. El alma debe dirigir al cuerpo para evitar que seamos esclavos de sus pasiones. Como podemos ver, la visión que tiene Descartes del cuerpo es bastante negativa.
Ambos están unidos a través de la glándula pineal, esta parte del cerebro es el punto justo donde se produce la comunicación entre ambas sustancias según Descartes. Lo cierto es que Descartes con esta teoría abrió toda una discusión que duró siglos acerca de cómo podían relacionarse el alma y el cuerpo.
EL SER HUMANO EN KANT
Kant consideraba que la humanidad avanza lenta pero de forma segura hacia la paz y la igualdad y que para ello, tal como defiende en su escrito “¿Qué es la Ilustración?”, sólo se necesita libertad.
Esta confianza en el progresar humano se basa en su propia concepción del hombre. Para Kant, la propia naturaleza humana nos conducirá a esta igualdad y a este tratar a los demás con dignidad pues la tercera de las disposiciones del hombre es precisamente la disposición a ser personas.
El hombre tiene, según Kant, tres disposiciones (Tres tendencias naturales, innatas) fundamentales:
- Disposición a la animalidad, que explica la capacidad técnica del hombre.
- Disposición a la humanidad, que explica su pragmatismo.
- Disposición a ser persona, que explica su capacidad moral. (Su conciencia moral y su dignidad).
Estas tres dimensiones son un reflejo de la estructura radical y constitutiva del hombre. La primera muestra al hombre en tanto individuo egoísta. Son los aspectos que hacen del hombre, a veces, un ser poco social o antisocial.
La segunda faceta, la dimensión ético-social, incluye todos las aspectos que inducen al ser humano a formar parte de una comunidad.
Según esto, el ser humano, para Kant, viene caracterizado por una “insociable sociabilidad” o una “sociable insociabilidad”, es decir, por un lado el hombre tiende a vivir con los demás, a relacionarse, pero por otro lado, tiende al enfrentamiento, a la independencia.
La clave del pensamiento kantiano sobre el hombre radica en su idea de que un hombre solo, como individuo, jamás podría desarrollar completamente todas las disposiciones originarias de la naturaleza humana. La esencia humana no puede realizarse si no es en sociedad. La sociedad, por tanto, debe ser un medio donde el hombre encuentre mayor libertad y donde estén muy claros los límites de esa libertad, de este modo podrá tener lugar el progreso humano.
Por último, veamos que dice Kant acerca de la tercera de la disposiciones:
Todo hombre tiene un legítimo derecho al respeto de sus semejantes y también él está obligado a lo mismo, recíprocamente, con respecto a cada uno de ellos.
El hombre no puede ser utilizado únicamente como medio por ningún hombre (ni por otros, ni siquiera por sí mismo), sino siempre a la vez como fin, y en esto consiste precisamente su dignidad (la personalidad), en virtud de la cual se eleva sobre todos los demás seres del mundo que no son hombre y sí que pueden utilizarse, por consiguiente, se eleva sobre todas las cosas. Es decir, en toda persona reside un deber que se refiere al respeto que se ha de profesar necesariamente a cualquier otro hombre.
De este modo, nuestra disposición a la conciencia moral debe conducirnos a ser mayores de edad, a ser capaces de decidir cómo debemos actuar tanto en el ámbito moral como en el social, y ello, desembocará, finalmente, y una vez se conquiste esta mayoría de edad, en el progreso, en la ilustración, en la sociedad de hombres iguales, libres y en fraternidad.