La política y sus conflictos
Vamos a leer tres textos en los que la situación política de nuestro país marcó la vida y la convivencia de muchas personas. Tres textos de momentos distintos, uno en la época de la guerra civil, otro en el momento del golpe de estado de 1981 y el tercero, en los años del terrorismo.
En un primer momento, nos acercaremos a ellos en una lectura individual. El primer texto es una obra de teatro titulada "¡Ay Carmela!" centrada en la época de la guerra civil. Se puede ver la obra completa y, si no, ver los últimos quince minutos.
El segundo texto, un fragmento de "Anatomía de un instante" de Javier Cercas nos sitúa en el año 1981, el año del golpe de estado en España, y el tercero, escrito por Fernando Aramburu, es un breve extracto de su libro “Patria” cuyo tema es la violencia terrorista y del que se ha realizado recientemente una serie de TV.
Después con la ayuda de la plantilla de lectura: La política y sus conflictos (descargar en formato editable o pdf) reflexionaremos sobre su lectura.
- ¡Ay Carmela! de José Sanchis Sinistierra
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Podemos ver la obra completa y si no, nuestro profesor/a elegirá un fragmento.
- "Anatomía de un instante" de Javier Cercas.
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Leemos un fragmento de la obra:
Dieciocho horas y veintitrés minutos del 23 de febrero de 1981. En el hemiciclo del Congreso de los Diputados se celebra la votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, que está a punto de ser elegido presidente del gobierno en sustitución de Adolfo Suárez, dimitido hace veinticinco días y todavía presidente en funciones tras casi cinco años de mandato durante los cuales el país ha terminado con una dictadura y ha construido una democracia. Sentados en sus escaños mientras aguardan el turno de votar, los diputados conversan, dormitan o fantasean en el sopor de la tarde; la única voz que resuena con claridad en el salón es la de Víctor Carrascal, secretario del Congreso, quien lee desde la tribuna de oradores la lista de los parlamentarios para que, conforme escuchan sus nombres, éstos se levanten de sus escaños y apoyen o rechacen con un sí o un no la candidatura de Calvo Sotelo, o se abstengan. Es ya la segunda votación y carece de suspense: en la primera, celebrada hace tres días, Calvo Sotelo no consiguió el apoyo de la mayoría absoluta de los diputados, pero en esta segunda le basta el apoyo de una mayoría simple, así que –dado que tiene asegurada esa mayoría– a menos que surja un imprevisto el candidato será en unos minutos elegido presidente del gobierno.
Pero el imprevisto surge. Víctor Carrascal lee el nombre de José Nasarre de Letosa Conde, que vota sí; luego lee el nombre de Carlos Navarrete Merino, que vota no; luego lee el nombre de Manuel Núñez Encabo, y en ese momento se oye un rumor anómalo, tal vez un grito procedente de la puerta derecha del hemiciclo, y Núñez Encabo no vota o su voto resulta inaudible o se pierde entre el revuelo perplejo de los diputados, algunos de los cuales se miran entre sí, dudando si dar crédito o no a sus oídos, mientras otros se incorporan en sus escaños para tratar de averiguar qué ocurre, quizá menos inquietos que curiosos. Nítida y desconcertada, la voz del secretario del Congreso inquiere «¿Qué pasa?», balbucea algo, vuelve a preguntar «¿Qué pasa?», y al mismo tiempo entra por la puerta derecha un ujier de uniforme, cruza con pasos urgentes el semicírculo central del hemiciclo,
donde se sientan los taquígrafos, y empieza a subir las escaleras de acceso a los escaños; a mitad de la subida se detiene, cambia unas palabras con un diputado y se da la vuelta; luego sube tres peldaños más y se da otra vez la vuelta. Es entonces cuando se oye un segundo grito, borroso, procedente de la entrada izquierda del hemiciclo, y luego, también ininteligible, un tercero, y muchos diputados –y todos los taquígrafos, y también el ujier– se vuelven a mirar hacia la entrada izquierda. El plano cambia; una segunda cámara enfoca el ala izquierda del hemiciclo: pistola en mano, el teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero sube con parsimonia las escaleras de la presidencia del Congreso, pasa detrás del secretario y se queda de pie junto al presidente Landelino Lavilla, que lo mira con incredulidad. El teniente coronel grita «¡Quieto todo el mundo!», y a continuación transcurren unos segundos hechizados durante los cuales nada ocurre y nadie se mueve y nada parece que vaya a ocurrir ni ocurrirle a nadie, salvo el silencio. El plano cambia, pero no el silencio: el teniente coronel se ha esfumado porque la primera cámara enfoca el ala derecha del hemiciclo, donde todos los parlamentarios que se habían levantado han vuelto a tomar asiento, y el único que permanece de pie es el general Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del gobierno en funciones; junto a él, Adolfo Suárez sigue sentado en su escaño de presidente del gobierno, el torso inclinado hacia delante, una mano aferrada al apoyabrazos de su escaño, como si él también estuviera a punto de levantarse. Cuatro gritos próximos, distintos e inapelables deshacen entonces el hechizo: alguien grita «¡Silencio!»; alguien grita: «¡Quieto todo el mundo!»; alguien grita: «¡Al suelo!»; alguien grita: «¡Al suelo todo el mundo!». El hemiciclo se apresta a obedecer: el ujier y los taquígrafos se arrodillan junto a su mesa; algunos diputados parecen encogerse en sus escaños. El general Gutiérrez Mellado, sin embargo, sale en busca del teniente coronel rebelde, mientras el presidente Suárez intenta retenerle sin conseguirlo, sujetándolo por la americana. Ahora el teniente coronel Tejero vuelve a aparecer en el plano, bajando la escalera de la tribuna de oradores, pero a mitad de camino se detiene, confundido o intimidado por la presencia del general Gutiérrez Mellado, que camina hacia él exigiéndole con gestos terminantes que salga de inmediato del hemiciclo, mientras tres guardias civiles irrumpen por la entrada derecha y se abalanzan sobre el viejo y escuálido general, lo empujan, le agarran de la americana, lo zarandean, a punto están de tirarlo al suelo. El presidente Suárez se levanta de su escaño y sale en busca de su vicepresidente; el teniente coronel está en mitad de la escalera de la tribuna de oradores, sin decidirse a bajarla del todo, contemplando la escena. Entonces suena el primer disparo; luego suena el segundo disparo y el presidente Suárez agarra del brazo al general Gutiérrez Mellado, impávido frente a un guardia civil que le ordena con gestos y gritos que se tire al suelo; luego suena el tercer disparo y, sin dejar de desafiar al guardia civil con la mirada, el general Gutiérrez Mellado aparta con violencia el brazo de su presidente; luego se desata el tiroteo.
Mientras las balas arrancan del techo pedazos visibles de cal y uno tras otro los taquígrafos y el ujier se esconden bajo la mesa y los escaños engullen a los diputados hasta que ni uno solo de ellos queda a la vista, el viejo general permanece de pie entre el fuego de los subfusiles, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo y mirando a los guardias civiles insubordinados, que no dejan de disparar. En cuanto al presidente Suárez, regresa con lentitud a su escaño, se sienta, se recuesta contra el respaldo y se queda ahí, ligeramente escorado a la derecha, solo, estatuario y espectral en un desierto de escaños vacíos.
- "Patria" de Fernando Aramburu
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Leemos un fragmento de la obra:
Xabier mira sin mover un músculo de la cara el fondo de esos ojos llorosos, desatinados, furibundos. Un rato después, ya algo más sosegada la señora, Xabier le pregunta con respeto frío:
—¿Usted conoce a mi padre?
—No. Ni falta que hace. Pero seguro que si tu padre es el enfermo te habrías esforzado más.
Es todo lo que deseaba averiguar. Si lo conocía, si sabe lo que ocurrió. Xabier no abriga el menor interés en seguir escuchando a la anciana. Ni siquiera le da el pésame. Le dice educadamente que disculpe, que tiene que atender a otros pacientes. Al rato, con el ánimo por los suelos, está sentado a la mesa de su despacho. Se sirve coñac en un vaso de plástico. Lo apura de un trago. Llena de nuevo el vaso sin dejar de mirar la fotografía de su padre. Sus cejas severas, las orejas que afortunadamente no heredaron ni él ni su hermana. En los oídos de Xabier resuena la voz chirriante de la señora en el pasillo. No lo habrías dejado morir. Aita, ¿te dejé morir? En cualquier caso, no lo impidió. No lo impediste, Xabier. ¿Quién lo dice? Lo dicen los ojos serios de su padre. Y desde entonces no te atreviste, te dio vergüenza, consideraste indigno tratar de arrancarle a la vida pedazos de felicidad.
Después del segundo trago, levantó la mirada hacia la telaraña, allá arriba, en busca de buenos momentos del pasado, que los tuvo, claro que los tuvo, y no sólo durante la infancia, cuando es más fácil concebir ilusiones. Ahora, en cambio, experimenta como una repulsión por la alegría.
¡Cuántas veces se ha sentido tentado de pedirles a las empleadas del servicio de limpieza que por favor no rompan/quiten la telaraña! Es que de un golpe lo privarían de tantos recuerdos. Lo privarían, sin ir más lejos, de este que ahora, después del tercer lingotazo de coñac, le devuelve la imagen de Aránzazu. ¿Cuándo, dónde? Si se lo propusiera, podría ponerle fecha. Todos los hechos de su vida han ocurrido a una determinada distancia temporal del asesinato de su padre. Terminó la carrera siete años antes de, participó en aquel congreso de cirugía cardiovascular en Múnich nueve años después de. Igual que los hechos históricos en relación con el nacimiento de Jesucristo. Y Aránzazu es anterior al punto cero y también un poco, muy poco posterior, apenas unas horas.
Se acuerda del sitio y de la hora. La cafetería Gaviria, en la Avenida, al atardecer. Es verano. Un año y unos pocos meses antes de. Pero esto, en aquel instante, no lo pueden saber ni él ni ella. Como en la terraza estaban todas las mesas ocupadas, decidieron sentarse en el interior.
Bebe otro trago de coñac que después lo obligará a tomar un taxi para ir a casa. No se explica que le venga a la memoria un episodio en apariencia tan trivial; pero a una telaraña no le puedes pedir que elija la presa. Agarra, si es que agarra, lo que impacta en ella; aunque sea, como este recuerdo, nada, una grata pequeñez, un juego de enamorados incipientes.
Buceando en nuestro interior
Ahora vamos a leer tres textos en los que los protagonistas son los sentimientos. El primero es una novela muy conocida: “Malena es nombre de Tango”, quizás hayáis visto la película; es una novela escrita por Almudena Grandes que narra la vida de una mujer desde que era niña hasta su etapa adulta, una mujer que crece desorientada, con dudas para encontrar un lugar en el mundo, lo que le hace tomar decisiones equivocadas. El segundo y tercer texto son dos poemas muy intimistas escritos por Luis García Montero y Elvira Sastre, a quien quizás conozcáis por Instagram o en las redes.
Nos servirá de guía la plantilla de lectura: Buceando en nuestro interior. (Descargar en formato editable o pdf).
- "Malena es nombre de tango" de Almudena Grandes
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Leemos un fragmento de la obra:
Tengo la edad de Cristo, y una hermana melliza, muy distinguida, que no colecciona fantasmas y nunca se ha parecido a mí. Durante toda mi infancia, lo único que yo quise, en cambio, fue parecerme a ella, y tal vez por eso, cuando éramos pequeñas, ya no puedo recordar con precisión la fecha, ni la edad que ambas teníamos entonces, Reina inventó un juego privado, secreto, que no terminaba nunca, porque se jugaba todos los días, a todas las horas, en el tiempo real de nuestra propia vida. Cada mañana, al levantarme, yo era Malena y ella María, era la buena y era la mala, era yo misma y era, al mismo tiempo, lo que Reina –y con ella mi madre, y mis tías, y la tata, y mis profesoras, y mis amigas, y el mundo, y más allá de sus fronteras, el entero universo, y la misteriosa mano que dispone el orden mismo de las cosas- quería que yo fuese, y nunca sabía cuándo cometería un nuevo error, cuándo se dispararía la alarma, cuándo se detectaría una nueva discrepancia entre la niña que yo era y la niña que yo debería ser. Saltaba de la cama, me ponía el uniforme, me lavaba la cara y los dientes, me sentaba a desayunar y esperaba a que ella me llamara. Algunos días no llegaba a pronunciar otro nombre que el mío, y yo me sentía, más que alegre o satisfecha, comúnmente de acuerdo con mi piel. Otros días me llamaba María antes de salir de casa, porque llevaba la blusa por fuera de la falda, o me había llevado a la boca un cuchillo untado de mantequilla, o se me había olvidado peinarme, o había metido los libros en la cartera sin ordenarlos y una hoja de papel arrugado asomaba por una esquina.
- Poema "Aunque tú no lo sepas" del libro "Habitaciones separadas" de Luis García Montero
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Leemos el poema en alguna de las fuentes que tengamos a nuestra disposición. Podemos escuchar al poeta en este enlace
- Poema "Yo no quiero ser recuerdo" de Elvira Sastre
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Leemos el poema en alguna de las fuentes que tengamos a nuestra disposición en la propia web de Elvira Sastre.
¿Qué mundo estamos construyendo?
Ahora vamos a leer tres textos, dos en prosa y otro en verso, de tres autores muy jóvenes pero que nos dan el reflejo de cómo ellos y ellas sienten la sociedad en la que viven. Es posible que os identifiquéis con su punto de vista o que os parezca disparatado y sin sentido; en cualquier caso, se trata de tomar el pulso a la realidad en la que estamos inmersos.
En "Los asquerosos" el protagonista debe huir a una aldea abandonada donde sobrevive con lo mínimo y va dándose cuenta de lo poco que necesita para vivir. En el libro se reflexiona sobre la sociedad actual, sobre lo superfluo, sobre los urbanitas y la España vaciada...
"Servicio de lavandería" es un poema escrito por una joven poetisa en la época de la pandemia y "Valkiria, game over", de Javier Lorenzo, es un thriller en el que la tecnología, la exposición en las redes sociales, su mal uso... aparecen como temas sobre los que nos debemos hacer preguntas.
Vamos a leer y a comentar los tres textos con la ayuda de la plantilla ¿Qué mundo estamos construyendo? (Descargar en formato editable o pdf).
- "Los asquerosos" de Santiago Lorenzo
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Leemos un fragmento de la obra:
Los elementos que aparecieron el primer fin de semana debían de ser los miembros directos de la familia ocupante. Los visitantes sucesivos debían de ser los primos, a los que siguieron los amigos y los amigos de los amigos. De ahí, a racimo. Porque todos se parecían, panes de la misma masa, o en las anatomías, o en los atuendos o en los usos o en las tres cosas. Entre tíos, cuñados y amistades, los que paraban en Zarzahuriel eran muchos y de todas las edades.
A este conglomerado humano global y uniforme, Manuel pronto empezó a llamarlo La Machufa.
Llegaban en tres o cuatro coches grandotes, fuera de escala, aparcando ostentación en la patena zarzahurielense. Y con unos maletones de volumen considerable, para cursar tres o cuatro cambios de vestuario al día durante una estancia de sólo dos.
Llevaban encima las marcas de su raigambre, las señas físicas del secular hispano que tres o cuatro generaciones atrás se desplazó a la capital a buscarse buenamente la vida. Los vástagos de hoy, renegados y apóstatas, llegaban ejerciendo de urbanos supuestamente sofisticados. Les saltaban al aspecto los siglos de azada, forraje, moscas y grasas animales. Y sin embargo hacían chistes sobre los tufos del campo, alardeaban de su conocimiento del callejero capitalino, exhibían pegatinas del oso y el madroño y se reían de todo lo que veían en Zarzahuriel, con los aires colonizadores de los metropolitanos imperiales. Les hacía gracia tirarse pedos y eructos, como a cabestros en un cuartel chusquero.
- "Servicio de lavandería " de Begoña Rueda
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Leemos poemas en alguna de las fuentes que tengamos a nuestra disposición o en este artículo de XL Semanal, donde se presenta, entre otros, el poema a 18 de mayo de 2019.
- "Valkiria: Game Over" de Javier Lozano
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Leemos un fragmento de la obra:
Rubén tiene que desaparecer. La residencia universitaria no le protegerá. No del peligro que le acecha esa noche.
Se acabó el juego.
Rubén ignora la alarma intermitente, se esfuerza por fingir que no se ha activado y continúa con los preparativos de su equipaje. Lo mete todo en una mochila. Cada minuto cuenta. Ha preferido no encender ninguna luz y ahora se mueve en silencio, casi a tientas, aprovechando el resplandor nocturno procedente de la ventana.
Pero el guiño luminoso del móvil, que no cesa, marca una cuenta atrás. Rubén alcanza la cama en dos zancadas y se inclina sobre su teléfono. La aplicación del juego permanece activa; su señal de geolocalización, que lleva cinco minutos incordiando, le advierte con su parpadeo rojo de que Jugador3 ha entrado en su área de seguridad. Se mueve cerca, tal como confirma el mapa de Valkiria.
Viene a por mí.
Rubén presiente que, esta vez, su propia persona constituye el objetivo de la misión de ese adversario. Tiene que serlo. La geolocalización de Valkiria, intencionadamente poco precisa, es suficiente para confirmar que alguien se acerca. Alguien que mantiene activa la aplicación del juego.
Muy sospechoso.
Rubén se aparta de la cama para otear el panorama, con discreción, a través de la ventana de su dormitorio. Desde ese punto queda a la vista buena parte del recinto universitario, apenas iluminado por farolas de luz blanquecina, que dan al conjunto un aspecto tétrico. Muy oportuno, piensa él. Una escenografía perfecta.
Perfecta para una trampa.
Ante sus ojos no se distingue ni un alma, aunque sabe que alguien se mueve por las inmediaciones.
Rubén hace cálculos: Jugador3 podría estar cada vez más cerca, aunque la aplicación de Valkiria no permita un seguimiento tan minucioso.
La alarma persiste. Rubén entrecierra los ojos, intenta agudizar la vista desde su posición. Aguarda en la oscuridad, tras el cristal, como un francotirador. En un radio de unos doscientos metros desde su dormitorio quedan el extremo más próximo del campo de fútbol, los edificios del rectorado y la biblioteca, otra residencia de estudiantes, el parque y la cafetería. En cualquier caso, obstáculos que favorecen un recorrido invisible hasta la puerta principal de la residencia donde él se encuentra.
¿Y si está dentro?
Distopías: mundos de ayer y mundos de mañana
En este apartado vamos a leer algunos fragmentos de libros relacionados con lo que se denominan distopías, es decir, mundos imaginarios, pero no mundos que son ideales o deseables sino más bien oscuros, indeseables, negativos…
En el caso de la novela de Ray Loriga, "Rendición", los personajes viven atrapados en una guerra en la que no se sabe quién es el agresor y quién el agredido, una vida en unas condiciones lamentables. En un momento determinado deben evacuar la zona en la que viven para ir a la ciudad transparente donde, aparentemente, se vive en un estado de felicidad.
En la obra de Els Joglars, "Bye, bye Beethoven" asistimos a un breve fragmento de la representación teatral estrenada en 1987 en la que, de una manera alegórica, se muestra cómo determinadas pruebas para comprobar el desgaste de un coche pueden también ser aplicadas a diversas especies animales.
Por último, Rosa Montero, en "Lágrimas en la lluvia", nos sitúa en 2109, donde una replicante debe investigar el aumento de las muertes de replicantes mientras se intenta modificar el archivo de la historia de la humanidad, ahondando en temas como la moral política, la ética...
De nuevo utilizaremos la plantilla de lectura Distopías: mundos de ayer y mañana (descargar en formato editable o pdf) para guiar nuestra lectura y nuestra reflexión.
- "Rendición" de Ray Loriga
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Leemos un fragmento de la obra:
El agente de zona no sospecha de nosotros, tenemos dos hijos luchando en esta guerra, nos trata con respeto, pero su enorme responsabilidad y su pequeño poder le llevan a preguntar más de la cuenta. Ella sabe cómo responderle. Ella dice no como si no hubiera nada detrás, elimina la segunda pregunta con su primera respuesta, tiene un don. Durante la visita del agente de zona, el niño dormía, o se hacía el dormido, ella le convenció y el niño no puso ninguna pega. El niño sabe bien lo que se hace, venga de donde venga no parece que esté loco por volver. Nuestro poco calor y nuestra poca comida le resultan suficientes; eso, a qué negarlo, nos tranquiliza. Los hijos propios siempre exigen más. O así me parecía a mí, que los veía tan iguales a su madre que se me mezclaba el orgullo con la responsabilidad y todo se me hacía poco para ellos. Nuestros hijos, Augusto y Pablo, no se llevan ni dos años, crecieron muy juntos y juntos se alistaron y juntos se fueron a la guerra. Para un hombre que no ha luchado, resulta extraño tener hijos soldados. Siento que debería ser yo el que los protegiera a ellos con mis armas, y no al revés. Me siento inútil. El niño prisionero, que no lo es, me ayuda a olvidarme de eso y de casi todo lo demás; cuando sonríe recuerdo el tiempo en el que cuidaba de los míos. A veces, por las noches, cojo mi vieja escopeta Remington y patrullo por la casa, sé que es ridículo, pero me reconforta. Tal vez le enseñe al niño nuevo a cazar. En el bosque aún queda al menos un zorro, no puedo verlo y sin embargo sé que alguno hay porque he encontrado marcas de dientes en la madera de las cercas.
Nos han dado instrucciones muy precisas para el simulacro de evacuación. Qué cosas llevar, en qué fila ponernos, los documentos de identificación que debemos portar. Nos preocupa el niño, cómo esconderlo, con qué documentos acreditarlo. Ayer discutimos al respecto. Ella cree que, si la evacuación llega a producirse, con el enemigo, por así decirlo, a las puertas, no habrá tiempo de ser muy meticulosos y nadie preguntará demasiado, pero yo desconfío, conozco a la gente de la comarca y la envidia que algunos nos tienen, y no quiero darles la oportunidad de hacernos daño. Por otro lado, los dos coincidimos en que de ninguna manera podemos dejar al niño solo, a merced del enemigo o, peor, de la hambruna, si es que el enemigo tarda en llegar.
- "Bye, bye Beethoven" de Els Joglars
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Podemos ver un fragmento de la actuación de "Bye, bye Beethoven" de Els Joglars.
- "Lágrimas en la lluvia" de Rosa Montero
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Leemos un fragmento en alguna de las fuentes que tengamos a nuestra disposición o en la propia web de Rosa Montero.