La Península Ibérica, foco de atracción por su riqueza minera (abundante estaño) y tierras fértiles, quedó integrada en las rutas comerciales entre Oriente y Occidente. Así, sus primeros pobladores, receptores de las influencias neolíticas del Próximo Oriente, evolucionaron gracias a las aportaciones recibidas de las culturas metalúrgicas a partir del 2.500 a.C., especialmente, en el sureste peninsular.
Los poblados hallados de la Edad del Cobre (del 2.500 a.C. al 1.700 a.C.) se caracterizaron por la difusión del vaso campaniforme y del megalitismo. En este sentido, hay que destacar el dolmen de cámara con corredor del que se han conservado numerosos ejemplos y el yacimiento de los Millares, en Almería, ejemplo de poblado calcolítico localizado sobre cerros elevados, cercado con gruesos muros de piedra y con una marcada jerarquización social.
La aleación del cobre con el estaño permitió la elaboración de utensilios más resistentes dando paso a la Edad del Bronce peninsular hacia el 1.700 a.C.. Fue entonces cuando apareció la primera civilización de carácter urbano de la Península, entendida como una evolución de la cultura de los Millares. Nos referimos a la Cultura de El Argar, en Almería, Granada y Murcia, que destaca por su mayor desarrollo tecnológico, urbanístico y próspera actividad comercial.
Testigo de este sobresaliente foco cultural en torno a la actividad metalúrgica y comercial, fue el rico ajuar hallado como el Tesoro de Villena y la característica copa argárica. El megalistismo también estuvo presente en la Edad del Bronce. Sirvan de ejemplo los talayots, navetas y taulas de la cultura balear.
Por último, hacia el año 1.000 a.C. comenzaron a llegar a la Península los primeros celtas indoeuropeos importadores del hierro, entre otras innovaciones técnicas y culturales, como el carro, el arado, la cerveza o costumbres como la cremación de sus difuntos. También se produjo la llegada de los primeros testimonios escritos marcando el inicio de la Historia en la Península Ibérica.