Cuando hablamos de población, nos referimos al conjunto de personas que viven en un lugar determinado y en un periodo de tiempo concreto. En lo relativo al primero de esos elementos, cabe hablar de los habitantes de un municipio, una comarca, una provincia, una región, un país, un continente o del mundo, entre otros. Mientras que si nos referimos al segundo, podemos establecer el marco temporal que consideremos oportuno, si bien lo más habitual es utilizar el último año. En definitiva, espacio, tiempo y número de personas son los tres elementos principales con los que trabaja la demografía, que no es otra cosa que la ciencia encargada de estudiar la población. Ahora bien, esa labor se puede hacer desde múltiples perspectivas, de entre las que destacaremos su evolución, características y estructura.

A la hora de estudiar la población mundial, se ha de tener en cuenta, en primer lugar, que su crecimiento no ha sido constante a lo largo de los siglos. Durante la mayor parte de la historia, el incremento del número de habitantes se dio de forma muy lenta en el conjunto del planeta. Es más, incluso se han vivido periodos en los que esa cifra se ha estancado o se ha visto reducida notablemente. Sin embargo, a finales del XVIII se inició la revolución demográfica, un fenómeno que abrió una nueva etapa caracterizada por un marcado crecimiento de la población. Además, ese proceso se intensificó en el siglo XIX y, sobre todo, en el XX, llegando hasta nuestros días.

Otro proceso a tener en cuenta a la hora de estudiar la evolución de la población mundial es la transición demográfica, que se ha de situar en íntima relación con lo que acabamos de comentar. No en vano, ese cambio al que hace referencia el término -pues una transición no es más que el paso de una situación a otra- fue el que condujo al  intenso crecimiento del número de habitantes. En definitiva, a finales del XVIII la población mundial comenzó su tránsito del régimen demográfico antiguo, caracterizado por una alta natalidad y una alta mortalidad, al régimen demográfico moderno, donde esos dos indicadores se redujeron notablemente. Y entre esas dos etapas es donde hemos de situar la transición demográfica que, a su vez, podemos dividir en fases:

Consideramos que el régimen demográfico moderno se inicia al terminar esa última etapa de la transición, de tal modo que, como se ha indicado, el incremento de población deja de ser tan acusado. Ahora bien, estos cambios a los que nos venimos refiriendo no se han dado al mismo tiempo en todos los lugares del mundo, por lo que cabe hablar de un crecimiento desigual. De hecho, mientras en el mundo desarrollado tenemos una demografía caracterizada por una natalidad y una mortalidad bajas, en otros países -sobre todo africanos y asiáticos- aún están en la primera fase de la transición demográfica. 

Sea como fuere, la realidad es que en torno al año 1800 éramos mil millones de personas en el planeta y actualmente somos casi ocho mil millones. Además, con el actual incremento anual, que ronda el 1% a nivel mundial, se calcula que la población mundial superará los diez mil millones en la década de 2050.

En el apartado anterior hablábamos de un crecimiento desigual, señalando las diferencias entre los países más desarrollados y menos desarrollados. Pues bien, también cabe hablar de una distribución desigual de la población, que hace referencia a la cantidad de habitantes que tienen unos territorios en comparación con otros. Estos desequilibrios entre regiones se estudian a partir de un indicador demográfico: la densidad. Como se aprecia en la fórmula que se presenta a continuación, este pone en relación a las personas con el espacio; es decir, el número de habitantes y los kilómetros cuadrados.

Densidad de población = habitantes / kilómetros cuadrados (hab/km²)

Con el fin de determinar si una región o país posee una alta o una baja densidad de población, la demografía establece los siguientes criterios:

Por su parte, los territorios con una densidad media serían aquellos que se situarían entre los 10 y los 100 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que por debajo de uno se considera vacío demográfico. Estos últimos suelen ser espacios ocupados por desiertos o selvas, así como de temperaturas extremas, como la alta montaña o las zonas polares.

La densidad, y por tanto la distribución de la población, depende de una serie de factores, de entre los que cabe destacar los siguientes:

1. Factores físicos. Los climas templados, la escasa altitud o la existencia de recursos, como es el caso del agua y los minerales, han favorecido históricamente el asentamiento de población. Por tanto, suele ser más probable que los grupos humanos escojan los lugares con esas características en lugar de aquellos con temperaturas extremas, escasez de recursos o relieve escarpado.
2. Factores humanos. La estabilidad política y la situación económica, concretada en el nivel de vida y la perspectiva de oportunidades laborales, son también dos elementos importantes a la hora de atraer población.