Desde el año 2000, la población europea ha crecido menos de un 5%, mientras que la de América del Sur y Asia lo ha hecho por encima del 20%. Ahora bien, el dato más sorprendente es del continente africano, donde el crecimiento es superior al 60%. A partir de estos datos, cabe plantearse por qué la población aumenta más en unos lugares que en otros; o, mejor dicho, cómo se explica que en los países más desarrollados el incremento de población sea muy inferior al de los países menos desarrollados.

Si has prestado atención a lo largo de este recurso, es probable que ya hayas adivinado que esto tiene que ver con la transición demográfica. No en vano, mientras el mundo desarrollado ya hace tiempo que está instalado en el régimen demográfico moderno, hay muchos otros territorios que están en pleno cambio. De esta manera, mientras en Europa la tasa de natalidad se sitúa ligeramente por encima del 10‰, en los países menos desarrollados ronda el 30‰. Además, su tasa de mortalidad ha descendido de media al 11‰, por lo que se acerca progresivamente a la europea, que es de un 9‰. En definitiva, con una natalidad aún elevada y una mortalidad en claro descenso, la consecuencia es clara: se produce un gran incremento de la población.

Sin embargo, no podemos quedarnos únicamente con los datos, sino que debemos plantearnos qué conduce a unos determinados comportamientos demográficos. En el caso concreto de los países menos desarrollados, esa elevada natalidad es consecuencia de lis siguientes factores:

• Existe una gran cantidad de población en edad joven, siendo eso garantía de crecimiento demográfico porque están en edad de tener hijos.
• Por motivos culturales y religiosos, la tasa de fecundidad es alta, situándose en torno a los cuatro hijos por mujer.
• La carencia de una legislación en materia de trabajo infantil lleva a que, desde muy temprana edad, los hijos pasen a ingresar beneficios económicos en la unidad familiar en lugar de ser un gasto.