José Martínez Ruiz nace en Monóvar, Alicante, en 1873. El nombre de "Azorín" es un seudónimo que adopta a partir del apellido del protagonista de la novela Antonio Azorín (1903). Al año siguiente de la publicación de la novela, el día 28 de enero, firma con este seudónimo un artículo titulado "Impresiones parlamentarias", en un diario madrileño España, y a partir de entonces lo usará siempre, incluso en documentos oficiales. Su familia gozaba de una buena posición social y económica, pues su padre era abogado. Él siguió sus pasos y estudió Derecho en Valencia, Granada y Madrid, pero se inclinó más hacia el mundo periodístico, trabajando en diversas revistas y periódicos: El Pueblo, El País, El Progreso, Revista Nueva, Juventud, El imparcial, ABC, La Vanguardia...
Su nombre empieza a ser conocido y escribe una trilogía autobiográfica: La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Muy interesado en temas políticos, llega a convertirse en diputado y en subsecretario de Instrucción Pública.
En 1913 escribe una serie de artículos en los que crea la denominación de la Generación del 98, en el periódico ABC: "Un espíritu de protesta, de rebeldía, animaba a la juventud de 1898. Ramiro de Maeztu escribía impetuosos y ardientes artículos en los que se derruían los valores tradicionales y se anhelaba una España nueva, poderosa. [...] La generación del 98 ama los viejos pueblos y el paisaje" (10 de febrero, de 1913: https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19980102.html)
En 1924 es nombrado miembro de la Real Academia, y poco después, durante la Guerra Civil (1936-39), se ve forzado a huir con su esposa, Julia Guinda de Urzanqui, tras lo cual consiguió refugiarse en Francia. Es nombrado "Hijo predilecto" de Alicante en 1963. Fallece en Madrid en 1967.
En cuanto a su obra, habría que destacar sus novelas y sus ensayos, si bien es cierto que en ocasiones la frontera entre ambos géneros resulta difusa. En sus ensayos demuestra Azorín que es uno de los renovadores de este género, destacando los dedicados a su preocupación por España como: Los pueblos (1905), en el que comenta "Nosotros, los poetas, somos como las cigarras: si las calamidades y desgracias de la vida nos dejan ,cantamos, cantamos sin parar; luego viene el invierno, es decir, la vejez, y morimos olvidados, desvalidos.", presentando momentos de nostalgia y angustia, como algunos de sus coetáneos como Unamuno y Machado.
En otro de sus ensayos, Castilla (1912), presenta Azorín el pasado, con la intención de recuperarlo y que España vuelva a sus valores, dado lo mal posicionada había quedado tras el Desastre del 98. En el epílogo cuenta el autor: "La falta de curiosidad intelectual es la nota dominante en le España presente. ¿Cómo haremos para que interese un libro, un cuadro, un paisaje, una doctrina estética, una manifestación nueva del pensamiento? Reposa el cerebro español como este campo seco y este pueblo grisáceo. No saldrá España de su marasmo secular mientras no haya millares y millares de hombres ávidos de conocer y comprender". Trata también la idea de esa historia de los hombres corrientes que sacan al país adelante, lo que Unamuno denominó "intrahistoria".
Efectivamente, Azorín muestra su visión de España, destacando las descripciones paisajísticas, llenas de melancolía, como él mismo, sobre todo de Castilla, "El paisaje somos nosotros", donde podemos apreciar claramente cómo el autor se identifica con él, representando, pues, un desdoblamiento de sus sentimientos.
Además de estos, podríamos citar otros ensayos que también tratan esta misma temática como: La ruta de D. Quijote (1905), El paisaje de España visto por los españoles (1917) o Una hora en España (1924), entre otros.
En sus novelas, como las anteriormente citadas, muestra Azorín su habitual estilo, en el que predomina la claridad, la brevedad (como Baroja), cuidando especialmente la lengua, mostrando su melancolía, preocupándose por desarrollar descripciones detallistas, en las que busca, como alguno de sus coetáneos, palabras olvidadas, "terruñeras"; utiliza una prosa clara, concreta, en la que se olvidan la retórica y los rodeos del Romanticismo.
Si en la trilogía ya citada trataba temas autobiográficos, en otras posteriores se aprecia una preocupación obsesiva por el tiempo o el destino: Don Juan (1922), Doña Inés (1925). Otras novelas, de estilo más vanguardista, son Félix Vargas (1928) y El pueblo (1930), y tras la Guerra Civil María Fontán (1943) y La isla sin aurora (1944).
Junto a Ramiro de Maeztu y Pío Baroja, forma el Grupo de los tres, que sería el germen de la Generación del 98.