Los Santos Inocentes narra la historia de una familia, la de Paco, Régula y el hermano de esta, Azarías. Tanto ellos como los hijos del matrimonio viven en una finca cercana al caserío del señorito Iván, al cual sirven.
“(...) y así hasta que reanudaban la cacería, y, al concluir el quinto ojeo, ya entre dos luces, el señorito Iván metía dos dedos en el bolsillo alto del chaleco-canana y le entregaba ostentosamente a Paco un billete de veinte duros, toma, Paco, y que no sirva para vicios, que me estás saliendo muy gastoso tú, y la vida anda muy achuchada y Paco, el Bajo, agarraba furtivamente el billete y al bolsillo, pues, por muchas veces, señorito Iván, y, a la mañana siguiente, la Régula, marchaba con Rogelio, en el remolque a Cordovilla, donde el Hachemita, a mercarse un percal o unas rastrojeras para los muchachos, que nunca faltaba en casa una necesidad, y así siempre, cada vez que había batida o palomazo, y todo iba bien hasta que la última vez que asistió el francés, se armó una trifulca en la Casa Grande, durante el almuerzo, al decir de la Nieves, por el aquel de la cultura, que el señorito René dijo que en Centroeuropa era otro nivel, una inconveniencia, a ver, que el señorito Iván, eso te piensas tú, René, pero aquí ya no hay analfabetos, que tú te crees que estamos en el año treinta y seis, y de unas cosas pasaron a otras y empezaron a vocearse el uno al otro, hasta que perdieron los modales y se faltaron al respeto y como último recurso, el señorito Iván, muy soliviantado, ordenó llamar a Paco, el Bajo, a la Régula y al Ceferino y, es bobería discutir, René, vas a verlo con tus propios ojos, voceaba, y al personarse Paco con los demás, el señorito Iván adoptó el tono didáctico del señorito Lucas para decirle al francés, mira, René, a decir verdad, esta gente era analfabeta en tiempos, pero ahora vas a ver, tú, Paco, agarra el bolígrafo y escribe tu nombre, haz el favor, pero bien escrito, esmérate, se abría en sus labios una sonrisa tirante, que nada menos está en juego la dignidad nacional, y toda la mesa pendiente de Paco, el hombre, y don Pedro el Périto, se mordisqueó la mejilla y colocó su mano sobre el antebrazo de René, lo creas o no, René, desde hace años en este país se está haciendo todo lo humanamente posible para redimir a esta gente, y el señorito Iván, ¡chist!, no le distraigáis ahora y Paco, el Bajo, coaccionado por el silencio expectante, trazó un garabato en el reverso de la factura amarilla que el señorito Iván le tendía sobre el mantel, comprometiendo sus cinco sentidos, ahuecando las aletillas de su chata nariz, una firma tembloteante e ilegible y, cuando concluyó, se enderezó y devolvió el bolígrafo al señorito Iván y el señorito Iván se lo entregó al Ceferino y ahora tú, Ceferino, ordenó, y fue el Ceferino, muy azorado, se reclinó sobre los manteles y estampó su firma y por último, el señorito Iván se dirigió a la Régula, ahora te toca a ti, Régula, y volviéndose al francés, aquí no hacernos distingos, René, aquí no hay discriminación entre varones y hembras como podrás comprobar, y la Régula, con pulso indeciso, porque el bolígrafo le resbalaba en el pulgar achatado, plano, sin huellas dactilares, dibujó penosamente su nombre, pero el señorito Iván, que estaba hablando con el francés, no reparó en las dificultades de la Régula y así que ésta terminó, le cogió la mano derecha y la agitó reiteradamente como una bandera, esto, dijo, para que lo cuentes en Paris, René, que los franceses os gastáis muy mal yogur al juzgarnos, que esta mujer, por si lo quieres saber, hasta hace cuatro días firmaba con el pulgar, ¡mira! y; al decir esto, separó el dedo deforme de la Régula, chato como una espátula, y la Régula, la mujer, confundida, se sofocó toda como si el señorito Iván la mostrase en cueros encima de la mesa, pero René, no atendía a las palabras del señorito Iván sino que miraba perplejo el dedo aplanado de la Régula, y el señorito Iván, al advertir su asombro, aclaró, ah, bien!, ésta es otra historia, los pulgares de las empleiteras son así, René, gajes del oficio, los dedos se deforman de trenzar esparto, ¿comprendes?, es inevitable, y sonreía y carraspeaba y' para acabar con la tensa situación, se encaró con los tres y les dijo hala, podéis largaros, lo hicisteis bien, y, conforme desfilaban hacia la puerta, la Régula
rezongaba desconcertada, ae, también el señorito Iván se tiene cada cacho cosa, y, en la mesa, todos a reír indulgentemente, paternalmente, menos René, a quien se le había aborrascado la mirada y no dijo esta boca es mía, un silencio mineral, hostil, pero, en verdad, hechos de esta naturaleza eran raros en cortijo (...)