Durante la Alta y la Plena Edad Media, la mayor parte de la población se dedicaba a la agricultura y a la ganadería. Es decir, se trataba de una economía fundamentalmente agraria y rural, puesto que las ciudades eran escasas. Dicho sistema se basaba en el autoconsumo: la producción se destinaba al abastecimiento de la familia y no se generaba un excedente para comerciar. Se produjo, así, un estancamiento comercial y urbano.
Debido a ello, la tierra se convirtió en la fuente principal de riqueza de la Europa occidental sobre todo durante los siglos X y XI. La artesanía y la compra y venta tuvieron un peso menor y no se reactivaron hasta el siglo XIII cuando también lo hicieron las ciudades.
Además, el autoabastecimiento se ligaba a la vida en el feudo, donde se concentraba la mayor parte de la población. En él, cada uno se cultivaba la tierra, se criaba el ganado, se cazaba, se extraían los recursos naturales y se disponía de las infraestructuras necesarias para vivir, como era el caso de los hornos, herrerías o molinos. De esta manera, los feudos eran prácticamente autosuficientes, mientras que los intercambios de productos con el exterior eran escasos.