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Anexo III

Textos y vídeos relacionados

(Sesión III, actividad A)

2. El rapto de Europa

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Júpiter y Europa

(Ovidio: Metamorfosis, II: 843-875). Traducción de Javier Vicente Guevara

Así habló y, al instante, los novillos que bajan del monte se dirigen a las playas encomendadas, donde la hija del gran rey solía jugar acompañada de jóvenes de Tiro. No conjugan bien la dignidad y el amor, ni tampoco viven en el mismo sitio: una vez abandona el peso de su cetro, el padre y gobernador de los dioses, cuya diestra está armada de triple fuego y que agita el orbe con una señal, cambia su apariencia por la de un toro, muge junto a los novillos y se contonea con su belleza por la suave hierba.

Y es que tiene el color de la nieve que no han pisado las huellas de un pie firme ni ha disuelto el lluvioso Austro. Sobresalen los músculos de su cuello, cae su papada sobre sus brazos, sus cuernos son pequeños ciertamente, pero podrías afirmar que están hechos a mano y que son más brillantes que una auténtica joya; no hay amenaza alguna en su frente, tampoco su mirada inspira temor, su rostro inspira paz.

Se sorprende la hija de Agénor de que sea tan bello, de que no amenace con ataque alguno. No obstante, aunque sea manso, al principio se resiste a tocarlo. Luego se acerca y le ofrece flores a su blanca boca. Disfruta el enamorado y, hasta que llega el esperado deseo, da besos a sus manos. Apenas, ya apenas se retrasa lo demás. Ahora juega y da saltos en la verde hierba, ahora apoya su níveo costado en la amarillenta arena; poco a poco, ya sin miedo, o le ofrece su pecho para que lo golpee con su inocente mano o los cuernos para que los ligue con nuevas guirnaldas.

Se atrevió también la regia joven, sin saber a quién montaba, a subirse al lomo del toro. En ese momento el dios se marcha de la tierra y de la seca playa, pone las falsas plantas de sus patas en las olas y después se aleja más aún llevándose a su presa por el ancho mar. Ella está asustada y contempla atrás la playa abandonada después de ser raptada, agarra con su diestra un cuerno y con la otra se coloca en el lomo; su vestido se agita tembloroso con la brisa. 

4. La caída de Ícaro

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La caída de Ícaro

(Ovidio: Metamorfosis, VIII, 195-235). Traducción de Javier Vicente Guevara

Se encontraba junto a él el joven Ícaro, quien ignoraba que estaba usando su propio peligro, o bien daba caza a las plumas que movía la suave brisa con su rostro resplandeciente, o con su pulgar moldeaba la dorada cera y con sus bromas entorpecía la labor admirable de su padre. Una vez que se le dio el último retoque al proyecto, el propio artífice extendió su cuerpo sobre ambas alas y se dejó caer sobre el aire en movimiento.

Instruye también a su hijo y le dice “Ícaro, te aconsejo que te dirijas por una zona regular para que las olas no hagan pesadas tus plumas si vas más bajo ni el fuego las queme si vas más alto; vuela entre ambas partes y te ordeno que ni observes al Boyero ni a la Hélice ni a la espada que empuña Orión, sigue el camino detrás de mí”.

Del mismo modo le instruye en el arte de volar y le amolda sobre los hombros las extrañas alas. Entre esfuerzos y advertencias se humedecieron sus ancianas mejillas y temblaron sus manos paternas. Le dio a su hijo unos besos que ya no se volverían a repetir; vuela delante con sus alas desplegadas y teme por su acompañante, como un pájaro que desde el alto nido ha lanzado al aire a su delicada prole, le anima a seguirle, le enseña el peligroso arte y mueve por sí mismo sus alas observando las de su hijo.

Alguien los vio y se quedó perplejo, mientras trataba de dar caza a los peces con una caña temblorosa, o un pastor apoyado en su bastón o un labrador en la esteva, creyendo que aquellos que podían surcar los aires eran dioses. Y ya tenían a la izquierda la Samos de Juno (Delos y Paros quedaban atrás) y a la derecha Lebinto y Calimno, próspera en miel, cuando el joven empezó a gozar en su audaz vuelo y abandonó a su guía, y, arrebatado por el deseo de tocar el cielo, emprendió un viaje más elevado; la cercanía del impetuoso sol ablanda la perfumada cera que ataba sus alas. La cera se había derretido.

Aquel agita sus brazos desnudos y sin remos no es capaz de controlar el aire, y la boca que aclamaba el nombre de su padre toma el agua azulada que arrebató su nombre. Su padre, por su parte, desgraciado porque ya no es padre, dijo: “Ícaro, Ícaro, ¿dónde estás?, ¿en qué región debo buscarte?”. “¡Ícaro!” -decía. Cuando contempló las plumas en las olas, maldijo su propia habilidad, depositó su cuerpo en un sepulcro y la tierra recibió el nombre del sepultado.

6. El suicidio de Egeo

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El suicidio de Egeo
Higino, Fábulas, 43. Traducción de Javier Vicente Guevara

Teseo, retenido en la isla de Día por una tormenta, pensaba que si se llevaba a Ariadna a su patria sería para él motivo de deshonor y la abandonó en la isla mientras dormía. Líber se enamoró de ella y la tomó como esposa. Por otra parte, durante la navegación Teseo olvidó cambiar las velas negras y así Egeo, su padre, creyendo que había sido devorado por el Minotauro, se arrojó al mar que a partir de entonces se denominó Mar Egeo. Luego Teseo se casó con Fedra, hermana de Ariadna.

8. El Coloso de Rodas

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El Coloso de Rodas
Estrabón, Geografía, XIV, 2.5. Traducción de Javier Vicente Guevara

La ciudad de los rodios se encuentra en el promontorio de la mañana, y se diferencia tanto de las demás en puertos, caminos, murallas y otro tipo de construcciones que no podríamos decir que hay otra igual ni parecida, ni por supuesto mejor que esta ciudad. Resulta admirable también su sistema legal y su administración, tanto a nivel político como naval, a partir de la cual controló el dominio del mar durante mucho tiempo, acabó con la piratería y se convirtió en socia de los romanos, siendo todos los reyes aliados de griegos y romanos.

Por ello se mantuvo autónoma y fue decorada con muchas ofrendas, que mayoritariamente se encuentran en el Dioniso, en el gimnasio y en otros lugares. La más importante es el Coloso de Helios, de la que el creador del verso yámbico dice: «siete veces diez codos de altura, lo hizo Cares el Lindio».

Ahora se encuentra derribado por un terremoto, destruido por las rodillas. Siguiendo cierto oráculo, no lo volvieron a levantar. Era la mejor de todas las ofrendas (reconocida ciertamente como una de las Siete Maravillas).

9. Las mujeres de Lemnos

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Las Lemníades
Higino, Fábulas, 15. Traducción de Javier Vicente Guevara

En la isla de Lemnos las mujeres no habían hecho en repetidos años sacrificios a Venus, por cuya ira sus maridos tomaron como esposas a mujeres tracias y despreciaron a las primeras. Pero las Lemníades se confabularon por la instigación de la propia Venus y mataron a todo el linaje de hombres que allí se encontraba, excepto Hipsípila, quien escondió a su padre Toante en una nave, llevado por una tormenta hasta la isla Táurica.

Entretanto, los Argonautas llegaron a Lemnos durante su navegación y cuando los vio Ifínoe, la guardiana de la puerta, se lo anunció a la reina Hipsípila, a quien la anciana Polixo había aconsejado que los comprometiera y los invitara a sus hospitalarias estancias.

Hipsípila tuvo con Jasón dos hijos, Euneo y Deípilo. Después de ser retenidos allí numerosos días, marcharon reprendidos por Hércules. Pero cuando las Lemníades se enteraron de que Hipsípila había salvado a su propio padre, intentaron matarla. Ella se dio a la fuga pero unos piratas la capturaron, la llevaron a Tebas y la vendieron como esclava al rey Lico. Por otra parte, todas las Lemníades que habían tenido hijos con los Argonautas les pusieron sus propios nombres.

10. La Odisea

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Homero, Odisea, I: 1-21

Traducción de Javier Vicente Guevara

Háblame, Musa, del hombre de incontables tramas que vagó mucho tiempo después de saquear la sagrada ciudad de Troya. Conoció las ciudades de muchos hombres, y apreció su modo de pensar; sufrió muchas penas en lo más hondo de su corazón mientras en el mar luchaba por su vida y por el regreso de sus compañeros; pero, aunque se esforzó mucho, no pudo salvarlos, pues murieron por su propia insensatez al comerse las vacas de Helios, hijo de Hiperión, quien les privó del día de regreso. Háblame de esto también, de la parte que quieras, diosa hija de Zeus.

Entonces todos los demás que huyeron de la terrible ruina estaban ya en sus hogares, a salvo de la guerra y del mar: solo a este, necesitado del regreso y de su mujer, lo retenía la ninfa Calipso, divina entre las diosas, en una hueca cueva, quien deseaba vivamente tomarlo como esposo.

Pero, cuando con el paso de los años los dioses decidieron que pudiera volver a su patria Ítaca, ni en ese momento llegó el fin de las fatigas aunque estuviera rodeado de amigos. Todos los dioses se compadecían de él excepto Poseidón, quien se enfurecía sin cesar con el divino Odiseo hasta que alcanzó su tierra.

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