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El siglo XXI: últimas tendencias

La narrativa en el siglo XXI

En las primeras décadas del siglo, se ha asentado un mercado editorial cada vez más dividido entre dos grandes tendencias: por un lado, las obras que buscan la calidad literaria a través de diversos estilos y subgéneros. Por otro, la eclosión del best seller, todo un universo editorial paralelo de novelas, generalmente largas y muchas de ellas en sagas, con millones de ejemplares vendidos, que aportan una lectura fácil sin prestar especial atención al estilo, más cinematográfico que literario, en un fenómeno que se da en todo el mundo occidental. A veces, como en La sombra del viento (2000), de Carlos Ruiz-Zafón (1964-2020), El tiempo entre costuras (2009), de María Dueñas (1964) o en algunas de las novelas de Arturo Pérez Reverte, los dos mundos se entremezclan. Aquí nos centraremos en la narrativa más literaria.

Los eventos literarios como la Feria del Libro de Madrid son enormemente populares, y en ellos conviven los autores más literarios con los de best sellers
Feria del Libro de Madrid
Flickr / Guillermo Fernández. Feria del Libro de Madrid (CC BY-NC-ND)

En esta, algunas características predominan y se combinan en las producciones más relevantes de nuestro siglo, tanto entre los autores y autoras de narrativa que iniciaron su andadura en los ochenta y noventa, como entre las nuevas generaciones, la de los nacidos entre los setenta y los noventa, donde cada vez las autoras toman más relevancia. Entre estas tendencias destacan la autoficción, la revisión del pasado reciente y la hibridación de géneros. La tercera de ellas es transversal, pues está presente en muchas de las obras más sobresalientes de este periodo, que pueden considerarse novelas y ensayos, novelas y poemas, o novelas en diálogo, casi inseparable con otras artes, como el cine y la música. Trataremos las otras dos en los siguientes apartados.

Autoficción o la literatura del yo

Cuando nos disponemos a leer un libro, de entrada, por su formato y paratexto, sabemos si estamos ante una obra de ficción o no. Por ejemplo, de una biografía o autobiografía esperamos que se nos cuente lo que esa persona (real) ha vivido, los hechos; sin embargo, ante una novela o cuento, nos preparamos para leer un relato inventado, aunque pueda desarrollarse en espacios que sabemos que existen (Cuenca o Seattle, por ejemplo); en las obras de ficción que construyen un mundo paralelo aceptamos, además, normas y mecanismos distintos al del nuestro (no nos parece raro que en Howgarts las escobas vuelen). Este es el «pacto de lectura» que establecemos con el libro. 

Ahora bien, ¿qué pasa cuando en un libro, que se supone que es una novela, el narrador se llama igual que el autor? ¿Y si, además, a ese narrador y personaje le pasan cosas que sabemos que le han pasado a la autora real del libro, pero también algunas inverosímiles o que sabemos que no han sucedido? Eso es lo que propone la autoficción, un «pacto ambiguo», donde el lector no termina de saber si está leyendo un relato real o inventado, o qué partes del libro pertenecen a cada mundo. En las obras autoficcionales, el nombre del autor o autora coincide con el de la voz narrativa, que suele estar en primera persona, y ciertos rasgos nos permiten identificar esa voz con la de quien escribe (por ejemplo, es periodista y escritor), pero otros nos confunden (por ejemplo, en la novela el narrador tiene dos hijos, pero en la solapa nos dicen que el autor no tiene ninguno).

El siguiente esquema sintetiza las características de la narrativa autoficcional.
Esquema autoficción

La autoficción puede rastrearse en toda la historia de la literatura, aunque es a finales del siglo XX y principios del XXI cuando se convierte en una tendencia que dura hasta hoy en día. En España, Carmen Martín Gaite con El cuarto de atrás (1978) o Javier Marías con Negra espalda del tiempo (1998) ya habían practicado la narrativa autoficcional, pero el momento de eclosión se produce a partir de la publicación del libro de Javier Cercas (1962) Soldados de Salamina (2001). En esta obra, un periodista y escritor en crisis llamado, precisamente, Javier Cercas nos narra una investigación que está llevando a cabo sobre un incidente puntual ocurrido durante la guerra civil, setenta años atrás, y cómo quiere plasmar sus averiguaciones en un «relato real», que, a su vez, entendemos que es el propio libro que estamos leyendo (con lo que esta obra es, también, metaficcional). Pero el narrador pone en cuestión todo el tiempo si lo que está contando es verdad o no, si tiene que incluir elementos de ficción, cuáles... con lo que, según avanza el libro, a los lectores nos resulta cada vez más difícil distinguir si lo que estamos leyendo ocurrió de veras, es una invención del autor, o hasta qué punto es una cosa u otra.

Durante las últimas dos décadas, esta «narrativa del yo» no ha dejado de crecer. En el plano más cercano a la autobiografía encontramos los diarios de Andrés Trapiello (1953), Salón de pasos perdidos, veintitrés tomos hasta el momento, más de diez mil páginas que reflejan el mundo cultural y los cambios de las últimas décadas, así como La lección de anatomía (2008), de Marta Sanz (1967), donde la autora hace un repaso novelado a su vida desde la infancia, Irene y el aire (2020), de Alberto Olmos (1975), que narra el embarazo de su pareja y el parto de su primera hija, La familia de mi padre (2008), de Lolita Bosch (1970), en torno a la muerte de su progenitor, o Trigo limpio (2021), de Juan Manuel Gil, una novela de intriga a partir del pasado de un grupo de amigos.

En la línea con mayor presencia de elementos ficcionales o literarios destaca Manuel Vilas (1962) con Ordesa (2016), donde, a través de breves fragmentos de gran lirismo, nos da a conocer cómo vivió la muerte de sus padres y su propio divorcio; el libro, aclamado por la crítica, ha sido un gran éxito de ventas. Enrique Vila-Matas se ha convertido asimismo en un maestro del género, en su caso siempre mezclado con la metaficción, en obras como París no se acaba nunca (2003) o El mal de Montano (2002).

Entre la generación más joven, de los nacidos entre los ochenta y los noventa, la literatura del yo ocupa casi un lugar natural y constante en sus obras, como en el caso de María Sánchez (1989) en Tierra de mujeres (2019), un libro entre el ensayo y el relato novelado de su historia familiar femenina, o Feria (2020), de Ana Iris Simón (1991), una novela reflexiva sobre la precariedad de su generación a partir de la genealogía y situación vital de la autora.

El paratexto de un libro es la información que no forma estrictamente parte de la obra en sí, como pueden ser el título, la portada, la sinopsis de la contraportada o la biografía del autor o autora en la solapa. Es un término de Gérard Genette.

La metaficción se da cuando en la obra aparece la propia obra, como en un juego de espejos contiguos, y es un recurso habitual en la novela moderna (desde El Quijote) que también se ha hecho tendencia en la última narrativa occidental.

Echar la vista atrás para mirar el presente

Desde principio del siglo XXI, uno de los temas más tratados en la narrativa española es el de la España desde principios del siglo XX hasta nuestros días, con especial atención a los periodos o situaciones más convulsas como la guerra civil, la transición y el terrorismo de ETA. Estas son algunas de las obras más relevantes en este sentido:

  • La guerra civil: la reflexión sobre lo que significó la contienda y cómo se ha entendido posteriormente es uno de los temas principales de Soldados de Salamina. Tres años más tarde, en 2004 se publicó Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, un conjunto de cuatro relatos entrelazados, llamados «derrotas», con los que el autor da un repaso emocional, contenido y desesperanzado a las consecuencias de la guerra sobre las vidas pequeñas de sus protagonistas, en una obra de gran lirismo y maestría en cuanto a su estructura y narración. El corazón helado (2007), de Almudena Grandes, es una novela que versa, de otra forma, sobre el mismo tema; la autora comenzó, además, en 2010, su serie de libros titulada Episodios de una guerra interminable, donde va desgranando la historia del siglo XX español siempre con la guerra civil como núcleo. La voz dormida (2002), de Dulce Chacón, u Otra maldita novela sobre la guerra civil (2007), de Isaac Rosa, son algunas otras obras sobre el tema, que en la primera década del siglo sobreabundó en las librerías.
  • El franquismo y la Transición: una vez quasi-agotado el tema de la guerra civil, el periodo de transición a la democracia fue también objeto de atención y revisión. Anatomía de un instante (2009), de Javier Cercas, disecciona el momento del golpe de estado de 1981 para, a partir de ese momento clave, elaborar una minuciosa recreación del proceso de salida del franquismo. El vano ayer (2004), de Isaac Rosa, es una obra metaficcional, a modo de collage de textos, que sirve de reflexión en torno a la dictadura y su sombra sobre la sociedad actual, partiendo de la represión franquista. En Lo real (2001), Belén Gopegui utiliza como núcleo el referéndum de la OTAN en 1986 para realizar una profunda crítica al modelo de sociedad nacido en la transición. Otros autores como Rafael Reig (Todo está perdonado, 2011)Marta Sanz (Daniel Astor y la caja negra, 2013) han tratado también el tema en sus novelas.
  • El terrorismo de ETA: en 2016 Fernando Aramburu (1959) publicó Patria, que se convirtió en un éxito masivo de ventas y crítica; es una novela que narra con detalle e introspección la historia de dos familias, la de un asesinado por la banda terrorista y la de su asesino, que conviven en el mismo pueblo. Aunque este mismo autor y otros habían tratado anteriormente el tema, es a partir de entonces cuando llega al público mayoritario y se leen y releen obras como el ensayo El eco de los disparos (2016), de Edurne Portela, Twist (2011), de Harkaitz Cano, o El comensal, de Gabriela Ybarra.
En 2020, HBO realizó una serie televisiva a partir de la novela de Aramburu
HBO España. Patria (tráiler oficial) (Licencia de YouTube estándar)

Esta serie de obras, a diferencia de las novelas históricas propiamente dichas, tienen en general en común que su mirada al pasado pretende entender nuestro presente y, de un modo u otro, analizar y criticar la sociedad en que vivimos, entendida como heredera de dinámicas y mecanismos generados en las décadas anteriores. En este sentido, hay también una tendencia entre la narrativa actual que reflexiona directamente sobre la sociedad de consumo y alienación en que vivimos, entre la que destacan autores como Isaac Rosa (La mano invisible, 2011), Elvira Navarro (La trabajadora, 2014), o Belén Gopegui (Deseo de ser punk, 2009).

Tierra de mujeres

En Tierra de mujeres, la escritora (y veterinaria rural) María Sánchez conjuga varias de las tendencias más presentes en la narrativa de las últimas décadas: es un libro que cuenta la historia de la rama femenina de su familia de forma novelada, pero, además, es un ensayo donde reflexiona sobre la situación del mundo del campo hoy en día y en el pasado desde una perspectiva feminista, por lo que se encuadra en un género híbrido. Por otro lado, incluye todo el tiempo una primera persona que se refiere a ella misma en tanto que mujer joven veterinaria y escritora, con lo que se inserta en la literatura del yo. Y, finalmente, analiza y critica mecanismos sociales y estructurales que operan en la España actual, todo ello con un tono emocional y lírico a la par que intelectual.

Os proponemos leer sosegadamente un fragmento y compartir en gran grupo de forma oral vuestras impresiones, o incluso establecer un pequeño coloquio al respecto. Os podéis ayudar con las cuestiones que tenéis tras el texto.

Pulsa aquí para leer el fragmento

Lo reconozco:
Soy una mujer que es tercera generación: mi abuelo era veterinario, mi padre es veterinario y yo también lo soy. Soy la primera nieta, la primera hija, la primera sobrina. Pero también la primera veterinaria. Vengo de una familia que siempre ha estado ligada a la tierra y a los animales, a la ganadería extensiva. Mi infancia está llena de alcornoques, encinas y olivos, algún huerto, despensas y muchos animales. De pequeña, siempre los admiraba a ellos. Los hombres eran la voz y el brazo de la casa. De hecho, quería ser uno de ellos. De pequeña y hasta bien entrada la adolescencia, odiaba los vestidos, la melena que mi madre se empeñaba en peinarme y las muñecas con las que se suponía que tenía que jugar. Yo quería ser fuerte, corría detrás del rebaño sin miedo y me caía una y otra vez cuando me hacía la valiente sorteando las huellas, demasiado grandes para mi bici, que dejaban por un tiempo los tractores en los carriles. Siempre aparecía la primera cuando mi abuelo o mi padre necesitaban ayuda. Quería ser como ellos. Demostrarles que era tan fuerte y estaba tan dispuesta como ellos. Porque si hay algo que nos queda claro desde pequeños es esto. Que los hombres de sangre y tierra nunca lloran, no tienen miedo, no se equivocan nunca. Siempre saben lo que hay que hacer. Siempre.

A esa edad, las mujeres de mi casa eran una especie de fantasmas que vagaban por casa, hacían y des-hacían. Eran invisibles. Hermanas de un hijo único, como dijo en una ocasión la escritora portuguesa Agustina Bessa-Luís sobre su infancia. Hermanas de hombres fuertes. Mujeres invisibles a la sombra del hermano. A la sombra y al servicio del hermano, del padre, del marido, de los mismos hijos. Y no puede ser más certero y, a la vez, más doloroso. Porque es ésta la historia de nuestro país y de tantos: mujeres que quedaban a la sombra y sin voz, orbitando alrededor del astro de la casa, que callaban y dejaban hacer; fieles, pacientes, buenas madres, limpiando tumbas, aceras y fachadas, llenándose las manos de cal y lejía cada año, sabedoras de remedios, ceremonias y nanas; brujas, maestras, hermanas, hablando bajito entre ellas, convirtiéndose en cobijo y alimento; transformándose, con el paso de los años, en una habitación más que no se hace notar, en una arteria inherente a la casa.

Pero ¿quiénes son los que cuentan las historias de las mujeres? ¿Quién se preocupa de rescatar a nuestras abuelas y madres de ese mundo al que las confinaron, de esa habitación callada, en miniatura, reduciéndolas sólo a compañeras, esposas ejemplares y buenas madres? ¿Por qué hemos normalizado que ellas fueran apartadas de nuestra narrativa y no formaran parte de la historia? ¿Quién se ha apoderado de sus espacios y su voz? ¿Quién escribe realmente sobre ellas? ¿Por qué no son ellas las que escriben sobre nuestro medio rural?

Han tenido que pasar muchas cosas y mucho tiempo para conocer las historias de las mujeres de mi familia, para poder hurgar en ellas, reconocerme y sentirme orgullosa. Para preguntar sin pudor y conocer, y conocerme también, a fin de cuentas. Han tenido que quedarse las casas vacías, absurdas con sus marquitos de fotos, con ellas mirándome siempre. Han tenido que irse para no regresar muchas de ellas. A veces sin volver la vista atrás, sin dejar ni siquiera un leve rastro en la tierra para seguir sus pasos. Quizá las hijas nos hemos despertado un poco tarde, pero al fin cuestionamos y reivindicamos, tomamos el relevo con la voz. Ahora que miro atrás y me doy cuenta, no puedo evitar notar una sensación que no para de oscilar como un reloj de pared entre la rabia y la culpa. ¿Por qué ellas no ocupaban un espacio importante entre mis referentes? ¿Por qué no fueron nunca el ejemplo a seguir? ¿Por qué de niña no quería ser como ellas?

Resulta extraño, ahora que vivimos afortunadamente en una sociedad feminista, preguntarse algo tan obvio. Pero volvemos la vista atrás en nuestras casas y encontramos historias parecidas. Todo lo que llegaba a casa, lo importante, las alegrías y las proezas, las buenas noticias, siempre venían de la misma voz. Nos contaron que sólo trabajaba el hombre, que era él el que merecía descansar al llegar a casa. Silenciamos y pusimos a la sombra a aquellas que hacían las tareas domésticas, que se arremangaban las mangas y las faldas en nuestros pueblos, que ayudaban en las parideras, que trabajaban el huerto, cuidaban las gallinas, recogían aceitunas. Les quitaron la luz para que el centro de atención y los cimientos de la casa alumbraran siempre al mismo, para que los demás no desviáramos la vista, ni perdiéramos la atención. Teníamos como normal que nuestras madres y nuestras abuelas se encargaran de todo y pudieran con todo: la casa, los cuidados, los hijos, el campo, los animales. Les quitamos sus historias y no nos inmutamos. Dejamos que fueran ellos los que contaran, los que siguieran marcando el camino para los demás. A ellas, a nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías, las veíamos como algo extraño y familiar a la vez, algo cercano pero que pertenece a otra galaxia, con otro horario y otra atmósfera. Ellas nos hablaban y contaban, pero no las entendíamos, porque, sencillamente, no las escuchábamos. Las pautas que nos habían dado hasta ahora venían prácticamente en su totalidad desde el género masculino.

¿Cómo se escribe sobre lo que no se valora? ¿Cómo sacar de la sombra lo que se arrincona y se deja allí como algo normal? ¿Cómo reescribirlas? ¿Cómo devolverles la voz y la palabra que siempre han tenido pero que no ha sido escuchada ni tenida en cuenta? ¿Cómo involucrarlas en nuestras historias si en nuestro lenguaje y nuestra narrativa no han tenido cabida como protagonistas nunca?

Y no todo se reduce al ámbito doméstico. Este aislamiento de las mujeres es una enfermedad que ha sabido expandirse por todos los estratos. Me siento igual que alguien que descubre las habitaciones de una casa abandonada y va entrando, cuarto por cuarto, levantando las sábanas que cubren los muebles y buscando un reflejo en las ventanas y en los espejos. No. No es sólo la casa en la que crecí. La infección llegaba a todas las capas de mi vida: el colegio, la universidad, mi trabajo.

Los libros entre los que crecí, todos esos apuntes y manuales de consulta con los que pasé tantas horas en la biblioteca, guías de animales y de aves, todas esas novelas, esos cuentos y esos poemas, todos, prácticamente en su totalidad, escritos por el mismo sexo. Todos aquellos a los que admiré y seguí: científicos, ecologistas, pensadores, veterinarios, pastores, agricultores, jornaleros, ganaderos, conservacionistas, divulgadores, todos ellos, todos, absolutamente todos, hombres. [...]

¿Dónde estaban las mujeres?

María Sánchez. Tierra de mujeres. Seix Barral, 2019)

Cuestiones-guía

  • Observad cómo el fragmento integra las experiencias personales de la autora en primera persona con las reflexiones ensayísticas. ¿Qué tipo de texto diríais que es?
  • Si leyerais este texto sin saber cuándo se escribió, seguramente sabríais que pertenece a esta época. ¿Por qué? 
  • ¿Estáis de acuerdo con la autora en que la ausencia o presencia de referentes femeninos es importante? ¿En qué sentido?
  • Tratad de reflexionar a partir de las preguntas que la propia escritora propone en el fragmento. ¿Os las habíais planteado antes?
  • ¿Creéis que hoy en día siguen teniendo más visibilidad y reconocimiento las tareas, aficiones y oficios donde predominan los hombres que aquellos donde hay más presencia de mujeres? Pensad en ejemplos de vuestro entorno más cercano, como pueden ser las redes sociales, los deportes o la música.