Saltar la navegación

La narrativa de posguerra y el primer franquismo

El mundo literario tras la guerra civil

Durante el primer tercio del siglo XX, las letras en España habían vivido lo que se llamó la edad de plata de la literatura española, gracias a los grupos de escritores del 98 y el 27. Sin embargo, la guerra y sus consecuencias impactaron fuertemente en el mundo cultural y literario: de los escritores e intelectuales anteriores, unos habían sido asesinados, como Federico García Lorca; otros habían muerto en el exilio o en la cárcel, como Antonio Machado o Miguel Hernández; muchos se habían exiliado, como Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti o Elena Fortún, y, por último, algunos se quedaron en el país, bien en buena convivencia con el régimen franquista, como Enrique Jardiel Poncela o Luis Rosales, o bien en lo que se llamó «el exilio interior», es decir, excluidos y aislados del mundo cultural del momento, como Salvador Espriu o María Moliner.

Antonio Machado murió camino del exilio y fue enterrado en Francia
Tumba de Antonio Machado en Colliure (Francia)
Wikimedia Commons / Alberto G. Rovi.
Tumba de Antonio Machado en Colliure (Francia) (CC BY)

En definitiva, el panorama literario anterior a la guerra ya no existía y el ambiente social del país era totalmente distinto al de unos años antes, con lo que surgió una nueva cultura literaria, fuertemente mediada por la censura. Por otro lado, entre quienes habían salido del país, se desarrolló toda una narrativa del exilio.

La narrativa en los años cuarenta

La nueva tradición novelística rompe con la tendencia vanguardista anterior, y retoma una literatura más realista, al estilo de la de la generación del 98, pero con una amargura y pesimismo renovados. En el interior se publica en 1944 La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (1916-2002), que da inicio a lo que se llamó el tremendismo, novelas que retratan la realidad de una forma sórdida y angustiosa. 

La obra consiste en la carta que Pascual Duarte, el protagonista, escribe desde la cárcel, donde ha sido condenado a muerte, narrando su vida y los asesinatos que ha ido cometiendo. Se observa que el personaje naturaliza sus propios actos violentos y que estos casi se justifican por el ambiente de pobreza económica e intelectual en el que ha vivido y por las desigualdades sociales. La novela retrata un mundo rural mezquino y frío, en el que la conciencia del mal que tiene Pascual no le salva de provocar muertes por impulso o rencor. Es una obra muy triste con un estilo seco, acorde con el ambiente que refleja.

El ambiente rural que describe Cela en su obra era áspero y triste
Cazadores con perro y caballo, años 50
Flickr / José Javier Martín Espartosa. Cazadores con perro y caballo, años 50 (CC BY-NC-SA)

Ese mismo año, 1944, se publicó Nada, de Carmen Laforet (1921-2004), una novela que recibió reconocimiento inmediato, en la que se narra la vida de una chica joven que se traslada a casa de sus tíos en Barcelona: el entorno es igualmente triste, frío y hostil, y las ilusiones de la muchacha se van resquebrajando ante la sordidez y la tensión de sus días, aunque el final es esperanzador.

En el exterior, los autores exiliados comienzan a publicar obras con un alto componente autobiográfico o de reflexión sobre la España que añoran. La serie de novelas El laberinto mágico, de Max Aub (1903-1972), exiliado en México, narran la visión del autor sobre la guerra civil española a partir de episodios relevantes, con amplitud de miras y gran intensidad emocional.

Llegué a Barcelona...

A continuación tenéis el comienzo de Nada, de Carmen Laforet. Leedlo atentamente (mejor si es en voz alta) y preguntad por los términos u oraciones que no comprendáis bien:

Leer el fragmento de Nada

 «Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie.

Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que se formaban entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.

El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida. Empecé a seguir —una gota entre la corriente— el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado —porque estaba casi lleno de libros— y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.

Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar.

Debía parecer una figura extraña con mi aspecto risueño y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos camàlics.

Recuerdo que, en pocos minutos, me quedé sola en la gran acera, porque la gente corría a coger los escasos taxis o luchaba por arracimarse en el tranvía.

Uno de esos viejos coches de caballos que han vuelto a surgir después de la guerra se detuvo delante de mí y lo tomé sin titubear, causando la envidia de un señor que se lanzaba detrás de él desesperado, agitando el sombrero.

Corrí aquella noche en el desvencijado vehículo, por anchas calles vacías y atravesé el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza.

El coche dio la vuelta a la plaza de la Universidad y recuerdo que el bello edificio me conmovió como un grave saludo de bienvenida.

Enfilamos la calle de Aribau, donde vivían mis parientes, con sus plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor y su silencio vivido de la respiración de mil almas detrás de los balcones apagados. Las ruedas del coche levantaban una estela de ruido, que repercutía en mi cerebro. De improviso sentí crujir y balancearse todo el armatoste. Luego quedó inmóvil.

—Aquí es —dijo el cochero.

Levanté la cabeza hacia la casa frente a la cual estábamos. Filas de balcones se sucedían iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las viviendas. Los miré y no pude adivinar cuáles serían aquellos a los que en adelante yo me asomaría. Con la mano un poco temblorosa di unas monedas al vigilante y cuando él cerró el portal detrás de mí, con gran temblor de hierro y cristales, comencé a subir muy despacio la escalera, cargada con mi maleta.

Todo empezaba a ser extraño a mi imaginación; los estrechos y desgastados escalones de mosaico, iluminados por la luz eléctrica, no tenían cabida en mi recuerdo.

Ante la puerta del piso me acometió un súbito temor de despertar a aquellas personas desconocidas que eran para mí, al fin y al cabo, mis parientes y estuve un rato titubeando antes de iniciar una tímida llamada a la que nadie contestó. Se empezaron a apretar los latidos de mi corazón y oprimí de nuevo el timbre. Oí una voz temblona: «¡Ya va! ¡Ya va!». Unos pies arrastrándose y unas manos torpes descorriendo cerrojos. Luego me pareció todo una pesadilla.»

Carmen Laforet. Nada (1944). Barcelona: Ed. Destino.

Una vez que os habéis acercado al texto, os proponemos unas tareas para profundizar sobre él.

La narrativa en los años cincuenta

En esta década, de nuevo Cela cambia el rumbo de la narrativa; con la publicación de La colmena, en 1951, se da paso a lo que se llamó el realismo social, obras de denuncia crítica de la sociedad del momento. La novela presenta unos trescientos personajes de diferentes clases sociales, aunque predomina la clase media baja, y da un panorama global y coral de los problemas de la época. Por otro lado, también el entorno rural recibe su crítica social con El camino, de Miguel Delibes (1920-2010), publicada en 1950, una novela cuyos protagonistas son niños y que trata los grandes temas de la vida (la muerte, la amistad, el amor) a la par que el ambiente del momento.

En 1955 se publica El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019), una obra muy distinta, que pretende reflejar con objetividad los hechos y, para ello, deja al narrador en un segundo plano y se sostiene principalmente sobre los diálogos de los personajes, que, además, están reflejados de manera muy realista, imitando el estilo oral. Es lo que se llamó el neorrealismo objetivo.

Los años cincuenta fueron también un momento de desarrollo del cuento, con narradoras como Ana María Matute (1925-2014) o Carmen Martín Gaite (1925-2000). Esta última autora publicó también novela realista de crítica social, comoes el caso de Entre visillos (1957), en la que retrata el ambiente plano y falto de estímulos intelectuales para las jóvenes de la época. Toda esta narrativa de crítica iba acompañada, en el caso de una parte de los autores, de actividad clandestina en ámbitos universitarios e intelectuales e iniciativas de oposición al régimen.

Aparte de la narrativa más literaria, tuvieron mucho éxito en esta época las novelas rosas de Corín Tellado y el género narrativo sobre el Oeste americano, así como las radionovelas.

En el exilio, Ramón J. Sender (1902-1982) publica en 1953 Réquiem por un campesino español. Es una breve novela metafórica sobre la guerra civil española a partir del ejemplo de un campesino, defensor de la justicia social, que es traicionado y ejecutado en su pueblo. Tiene un estilo lírico, sencillo e intimista que nos acerca a los personajes y ahonda en la división de la sociedad española del momento. Debido a la censura, la obra no se publicó en España hasta 1974.