De la misma manera que la Marca Hispánica se asienta en los Pirineos como barrera natural, el relieve también tendrá un papel fundamental en el avance de la conquista cristiana. La parte occidental de la península está ocupada por la Meseta Central. Esta se encuentra basculada hacia el Atlántico con una serie de grandes ríos que la cruzan (Duero, Tajo y Guadiana); al mismo tiempo, cuenta con elevadas cordilleras que separan sus cuencas, como el Sistema Central y los Montes de Toledo. Ríos y sierras serán las barreras naturales que tanto leoneses como castellanos irán ocupando sucesivamente.
Al Norte del Duero, se ocupa León (año 853), Tuy (año 854), Chaves (año 868), Zamora (año 895) y Toro (año 900), estableciendo el límite con al-Ándalus en el río Duero y con una extensa "tierra de nadie" hasta el Sistema Central.
Posteriormente se ocupará la cuenca del Tajo, con Guadalajara en el 1072 y Talavera en el 1083, siendo la conquista más emblemática la de la ciudad de Toledo en el 1085. Precisamente, esta conquista provocará la entrada de los almorávides del norte de África, en ayuda de los andalusíes y ralentizando el avance cristiano.
Al sur y hacia los ríos Júcar y Guadiana, se conquistarán Cuenca en el 1177 y Calatrava en el 1147 respectivamente. Será después de la batalla de las Navas de Tolosa de 1212, cuando la corona de Castilla atraviese sierra Morena y avance por el valle del Guadalquivir.
Tanto León como Castilla avanzarán hacia el sur, conquistando territorios de al-Ándalus. De esta manera, cuando se unan definitivamente los dos reinos en el 1230, se convertirán en la corona más extensa de la península.
