Como hemos dicho al principio, debido a la concepción patrimonial que tienen los soberanos de sus reinos, los territorios de León y Castilla se unifican y separan constantemente. Esto quiere decir que el rey considera a los diversos estados como propiedades personales, que puede dejar en herencia libremente a sus hijos. De esta manera, en ocasiones, como con Sancho III, se unificarán todos estos territorios, mientras que, en otras, se volverán a dividir entre los hijos, dando inicio a nuevos conflictos por la supremacía.
El reino de León puede considerarse como una evolución directa del primitivo reino Astur. Después de la batalla de Covadonga, los musulmanes se replegaron tras la línea del río Duero, dejando una "tierra de nadie" entre la cordillera Cantábrica y el río. Así la capital pasa de Cangas de Onís en un primer momento a Oviedo, en el año 825, para, posteriormente, repoblar y asegurar León en el 856, adonde se trasladará la capital a partir del 910.
Mientras tanto, en la zona de contacto con Navarra, hacia el 850, aparecerá el condado de Castilla. En sus inicios, este estará ligado al reino de Asturias-León, y tendrá una política expansiva hacia Álava y la Rioja. En el año 1065, Sancho II heredó el condado de Castilla ya convertido en reino.
Es necesario decir que no sólo interactúan León y Castilla entre sí, sino que también aparecerán los reinos de Galicia y Portugal. Este último surgirá como un condado dependiente del reino de León alrededor de Oporto. Se convertirá en reino independiente en el año 1139, aprovechando la debilidad de León.
Todas estas sucesivas uniones y separaciones finalizarán con la definitiva unión en el año 1230 de los reinos de León y Castilla, si bien Portugal ya no volverá a unirse con los demás reinos hispánicos.