La conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI motivó que los dirigentes de las taifas peninsulares llamaran en su ayuda a los almorávides. Estos eran unos grupos de origen bereber, que, en ese momento, dominaban el norte de África. Practicaban una variante del islam más rigurosa que sus hermanos de fe peninsulares, de tal modo que, movidos por el ideal religioso, entraron en la península al año siguiente.

De una manera rápida, hicieron frente a los distintos reinos cristianos y, posteriormente, unificaron las distintas taifas integrándolas en el imperio almorávide. Así, en el 1086 detienen el avance cristiano en la batalla de Sagrajas y, a partir del 1090, inician una serie de campañas donde dominan las distintas taifas musulmanas como Córdoba, Sevilla, Jaén, Murcia y Dénia. Durante esta época, se producen multitud de importantes derrotas cristianas, como la de Uclés del 1109.

Sin embargo, a partir del año 1118, con la conquista de Zaragoza por Alfonso I de Aragón, empieza la crisis almorávide. El nuevo empuje de los reinos cristianos, la propia división de los musulmanes peninsulares y la aparición de un nuevo grupo al norte de África (los almohades) provocarán su derrota y posterior sustitución por otros conquistadores bereberes.

A partir del año 1145, los almohades entrarán en la península, poniendo fin al dominio andalusí almorávide y tratando nuevamente de frenar la expansión cristiana.