La integración en la Unión Europea (UE) supuso un enorme estímulo al crecimiento comercial, ya que el mercado único abre las puertas a una enorme demanda europea sin barreras arancelarias, facultando la exportación de productos agrícolas, industriales y de servicios. Aunque nuestra balanza comercial es deficitaria debido a la importación de energía, las exportaciones no han dejado de crecer y han ido reduciendo, año a año, ese déficit negativo.

El comercio minorista del siglo XXI en España ha evolucionado a nuevos tipos y modelos comerciales que buscan ajustarse a los patrones de distribución de la población, a los nuevos hábitos de consumo y a la demanda de las empresas. Así, junto a las tiendas tradicionales, han proliferado las grandes cadenas, las franquicias y las grandes superficies en la periferia.

Un último modelo de establecimiento se ha consolidado en los últimos años, el centro comercial: una gran superficie que tiene un hipermercado o gran almacén como motor, una localización periférica que asegure suelo barato, una amplia área de aparcamiento y una serie de tiendas franquiciadas junto a espacios de ocio (cines y restaurantes). "Salir de compras" se ha transformado en una actividad de ocio.

Los espacios digitales de compra, que habían aparecido ya a principios de siglo, se han convertido, espoleados por el COVID-19, en la nueva plataforma comercial para la población y las empresas. El e-commerce está acaparando cada vez más cuota de mercado con un impacto sobre los comercios tradicionales y grandes cadenas que modificará el panorama de locales comerciales en las ciudades. Este comercio digital es también una oportunidad para empresas del ámbito rural, que ganan mercado gracias a él.

Frente a estos modelos y ligado a un desarrollo más sostenible, surgen iniciativas de consumo responsable, que apuestan por la compra de productos locales, para reducir la huella de carbono y favorecer el desarrollo local, y por la economía circular, que busca prolongar la vida útil de los materiales.