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Desmintiendo mitos

¡Puedo escribir las mayúsculas sin tilde!

No, no es cierto, las mayúsculas llevan tilde de igual modo que el resto de palabras minúsculas como indique la regla que haya que aplicarle: JESÚS, Índice, Árbitro, SALMÓN... Si las escribes sin tilde, es un error ortográfico. 

Pero claro, vemos muchos carteles, incluso de nombres de ciudades, que no llevan tilde y eso nos da qué pensar. Os dejo un enlace para que entendáis algo más este mito: El mito de las mayúsculas inacentuadas

Letras mayúsculas en moldes de metal
Pixabay/sweetmellowchill. Mitos mayúsculas e imprenta (Pixabay License)

¡Los nombres propios los puedo escribir sin tilde!

Tampoco es cierto. Los nombres propios funcionan como cualquier otra palabra y llevan su tilde si así lo indica la regla. Ahora bien, hay nombres cuya tilde hace que se pronuncien de un modo u otro como José o Jose, Jesús o Jesus... En estos casos y, dependiendo de la finalidad, podemos optar por poner o no la tilde.  

Las fichas blancas con las letras de un juego
Pixabay/publicdomainpictures. Combinamos letras (Pixabay License)

¡Fue, dio, vio, di!

Estas formas verbales no llevan nunca tilde. Los monosílabos solo llevan tilde si hay posibilidad de confusión con otras palabras como en el caso de la preposición "de" y la forma verbal "dé" del verbo dar.

Un hombre cogiendo una tilde
@ManoliFM. Las tildes bien puestas (CC0)

¿Repasamos?

A continuación tienes un fragmento del libro Invisible, de Eloy Moreno, con errores en la colocación de las tildes. Te toca a ti corregir esos errores y explicar por qué lo son de una forma razonada

Puedes hacerlo en la libreta o utilizar un documento de de texto.

Lleva más de cinco minutos en la esquina de enfrente, mirando hacia la puerta sin sabér qué hacer: si entrar ahora o volver mañána con las mismas dudas de hoy.

Respira hondo y comienza a andar. Cruza la calle sin apenas mirar a los lados y, tras unos metros de ácera, empuja la puerta con miedo.

Ya esta.

Le indican que se siente un momento en el sofa que hay en la sala, que enseguida le atienden.

Mientras espera, observa las obras de árte que cubren las paredes, unos dibujos que rara vez se expondran en los museos pero que, en la mayoría de las ocasiones, seran vistos por mucha más gente. No sera su caso porque el suyo solo lo vera ella, nadie más. Al menos eso piensa ahora.

A los pocos minutos le hacen pasar a otra sala, más pequeña, más oscura, más intima…

Y en cuanto entra, lo ve.

Acóstado sobre la mesa, grande, muy grande, lo suficiente para que le cubra toda la espalda: un dragon gigante.

Le vuelven a explicar cómo sera el proceso, cuánto tardaran, qué tecnica van a utilizar… y, sobre todo, le advierten de que si sobre una espalda normal ya hace daño, sobre la suya va a doler mucho más.

Invisible, de Eloy Moreno