De estas veinte y cuatro letras, unas se llaman vocales, y otras consonantes. Las vocales son cinco: a, e, i, o, u. Llámanse vocales porque se pronuncian con la boca.
-Pues, ¿acaso las otras, señor maestro -le interrumpió Gerundico con su natural viveza-, se pronuncian con el cu...? -y díjolo por entero.
Los muchachos se rieron mucho; el cojo se corrió un poco; pero, tomándolo a gracia, se contentó con ponerse un poco serio, diciéndole:
-No seas intrépido, y déjame acabar lo que iba a decir. Digo, pues, que las vocales se llaman así, porque se pronuncian con la boca, y puramente con la voz, pero las consonantes se pronuncian con otras vocales. Esto se explica mejor con los ejemplos. A, primera vocal, se pronuncia abriendo mucho la boca: a.
Luego que oyó esto Gerundico, abrió su boquita, y mirando a todas partes, repetía muchas veces:
-A, a, a; tiene razón el señor maestro.
Y éste prosiguió:
-La e se pronuncia acercando la mandíbula inferior a la superior, esto es, la quijada de abajo a la de arriba: e.
-A ver, a ver cómo lo hago yo, señor maestro -dijo el niño-: e, e, e, a, a, a, e. ¡Jesús, y qué cosa tan buena!
-La i se pronuncia acercando más las quijadas una a otra, y retirando igualmente las dos extremidades de la boca hacia las orejas: i, i.
-Deje usted, a ver si yo sé hacerlo: i, i, i.
-Ni más ni menos, hijo mío, y pronuncias la i a la perfección. La o se forma abriendo las quijadas, y después juntando los labios por los extremos, sacándolos un poco hacia fuera, y formando la misma figura de ellos como una cosa redonda, que representa una o.
Gerundillo, con su acostumbrada intrepidez, luego comenzó a hacer la prueba y a gritar: o, o, o. El maestro quiso saber si los demás muchachos habían aprendido también las importantísimas lecciones que los acababa de enseñar, y mandó que todos a un tiempo y en voz alta pronunciasen las letras que les había explicado. Al punto se oyó una gritería, una confusión y una algarabía de todos los diantres: unos gritaban a, a; otros e, e; otros i, i; otros o, o. El cojo andaba de banco en banco, mirando a unos, observando a otros y enmendando a todos: a éste le abría más las mandíbulas; a aquél se las cerraba un poco; a uno le plegaba los labios; a otro se los descosía; y en fin, era tal la gritería, la confusión y la zambra, que parecía la escuela ni más ni menos al coro de la Santa Iglesia de Toledo en las vísperas de la Expectación.
José Francisco de Isla. Fray Gerundio de Campazas. Fuente: cervantesvirtual.com