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La prosa de ideas: el ensayo

Nuevos tiempos para la prosa

El ensayo literario se consolida como género en España a lo largo del siglo XVIII. Si la Ilustración es el periodo de las ideas, de los cambios y de las transformaciones, el género literario que traslada sus enseñanzas a los lectores será el ensayo, y lo hará fundamentado en dos pilares:

  • La prosa empleada es sencilla, natural y precisa.
  • Su función es hacer reflexionar al lector, no emocionarle.

Desde el punto de vista lingüístico, el auge del ensayo trajo consigo una evidente evolución del castellano ya que, para difundir las nuevas ideas, fue necesario incorporar palabras técnicas y crear otras nuevas, inexistentes hasta el momento. Estos tecnicismos suponen el espaldarazo definitivo al castellano como lengua vehicular en el ámbito filosófico y científico, áreas aún dominadas por el latín, lengua que mantuvo su presencia en los círculos universitarios hasta bien entrado el siglo XIX.

Sin embargo, el ensayo no era el medio de expresión de las ideas más trascendentes; también recogía debates políticos, tratados de agricultura o reflexiones sobre festejos o religión. Su auge y expansión mantuvo alerta a los aparatos censores, quienes trataron de mantener a raya a todas las opiniones contrarias a la ortodoxia en el pensamiento. No obstante, la difusión de los escritos fue imparable, bien siguiendo los cauces oficiales o los clandestinos.

La proliferación de ensayos introdujo a su vez cambios estructurales en las obras literarias, impulsando el prólogo como una sección indispensable, tradición que se extiende hasta nuestros días. Los prólogos son espacios de reflexión donde se incide en el motivo de su aparición, contextualiza al autor y al escrito en la época a la que hace referencia y menciona las fuentes consultadas para dotar a la obra de una mayor credibilidad. En ocasiones, es el propio autor el encargado de escribirlo, a pesar de que también es posible delegar su redacción en una voz autorizada en la materia que haga aumentar su prestigio. Gracias a este género, la profesionalización del oficio avanzará con paso firme.

Los dos referentes de la prosa ensayística de la Ilustración fueron Benito Jerónimo Feijoo y Gaspar Melchor de Jovellanos, autores que ocuparán las dos próximas secciones del presente recurso.

Libro, un ensayo científico con raíz en las creencias
Flickr/Sarah Nichols. Science and health (CC BY-SA)

Benito Jerónimo Feijoo

El padre Feijoo (1676-1764) fue un claro ejemplo de intelectual ilustrado: culto, liberal y europeísta. A pesar de estar vinculado a la Iglesia, tuvo serios problemas con la Inquisición debido al progresismo de sus ideas, que chocaba con la tradición imperante. Sus escritos siempre persiguen un fin educativo y pedagógico, pues su misión era elevar el nivel intelectual y cultural del país.

Entre 1726 y 1739 publicó Teatro crítico universal o discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes. En esta obra, editada en ocho volúmenes, recoge sus reflexiones sobre ciencia, religión, medicina, enseñanza, psicología, política, lengua, historia o moral. Es, pues, un vastísimo e influyente tratado donde pone al servicio del lector su experiencia y talante para ayudar a madurar intelectualmente a los españoles, a quienes sitúa en el centro de sus preocupaciones y a quienes defenderá con determinación para lograr su objetivo de confeccionar una sociedad más libre y más justa.

Estatua del padre Feijoo en el Museo de Pontevedra
Wikimedia Commons/ Fotógrafo: P. Lameiro. Padre Feijoo, por Isidoro Brocos Gómez (CC BY-SA)

Gaspar Melchor de Jovellanos

Al igual que el padre Feijoo, Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) es otro exponente del espíritu ilustrado español. Jovellanos atesoraba una gran cultura en múltiples disciplinas y fue un acérrimo defensor de la ciencia como catalizador del cambio. Su obra se caracteriza por su sentido práctico y utilitario que no renunciaba a un espíritu crítico que, en ocasiones, chocaba frontalmente con sus propias creencias. Así, Jovellanos sentía la necesidad de criticar las injusticias de la Iglesia, aunque él mismo se definía como un ferviente devoto. De la misma manera, tanto los intelectuales ilustrados como los más conservadores le miraban con recelo, pues atacaba indistintamente las posiciones de unos u otros siempre y cuando considerase que sus postulados atentaban contra el interés general y la razón.

Sus textos nacen de peticiones gubernamentales oficiales, lo que le permitió escribir ensayos sobre historia, educación, ciencia o economía, pero también se dedicó a cultivar escritos más críticos que chocaban con la censura. En este grupo se enmarcan dos de sus proyectos más relevantes: la colección de diez Cartas a don Antonio Ponz, que se distribuyeron clandestinamente entre su círculo de confianza en forma de correspondencia, o sus nueve Diarios, que quedaron registrados en sus archivos personales.

Retrato de Gaspar Melchor de Jovellanos
Wikimedia Commons/Francisco de Goya. Retrato de Jovellanos (Dominio público)