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El siglo XVIII en España

Una Ilustración insuficiente

Los vientos de cambio que sacudían el continente europeo llegaron a España tarde y debilitados. Aunque se observaban tímidos avances, sobre todo en la segunda mitad del siglo, la evolución fue lenta y costosa porque la estructura de poder del antiguo régimen oponía una resistencia feroz. El sentir general afectó a los ilustrados españoles, que estaban lejos de ser revolucionarios. La monarquía seguía siendo una institución respetada y no había voluntad de condicionar su poder. No se esperaban cambios bruscos, aunque sí había intención de incorporar todos los avances y novedades que no chocaran con la moral y las creencias tradicionales.

Al igual que la monarquía, la Iglesia seguía siendo muy influyente en todos los estamentos sociales, hecho asumido por las minorías liberales. Sin embargo, se comenzaban a criticar ciertas actitudes, como los tribunales religiosos y las penitencias públicas y colectivas. También afloraron las críticas a las órdenes religiosas, que controlaban el ámbito educativo y se mostraban reacias a las reformas para que la instrucción llegase a un mayor número de personas.

El movimiento ilustrado español comienza a ser relevante con los mandatos de Fernando VI (1746-1759), un monarca con fuertes valores pacifistas que deseaba reformar y modernizar el país a pesar de la reticencia de la sociedad, apegada a los valores tradicionales, y especialmente de Carlos III (1759-1788), quien tomó el relevo reformista de su predecesor para plantear un modelo que chocaba frontalmente con el régimen dominante, sobre todo con la Iglesia, lo que supuso la expulsión de los jesuitas de España en 1767 por oponerse a las reformas que trataban de renovar el país. El sentir del monarca era claro: la instrucción no podía restringirse al ámbito de las órdenes religiosas. Por primera vez, la educación se consideraba un asunto público, de estado, que estaba obligado a cuidarla y fomentarla para que el mayor número posible de ciudadanos tuviera acceso a ella.

El desarrollo económico comienza a afianzarse en algunas regiones de España, como Cataluña y las Vascongadas, donde la industria adquiere un peso importante que no se da en otras partes. Valencia no se queda al margen del progreso y Cádiz se convertirá en una ciudad clave del comercio con América en detrimento de Sevilla. Madrid comenzará a centralizar tareas administrativas, lo que supone un importante aumento de su población. Estos hechos permitieron el afianzamiento de las clases medias: el número de artesanos y burgueses crece a costa otros estratos sociales, como los nobles, los clérigos y los labradores. Asimismo, las propias estructuras del estado demandaban profesionales más cualificados, por lo que se renunció a contratar personal entre la nobleza y se recurrió a la burguesía ya que buena parte de este funcionariado había estudiado en la universidad y su formación y cultura era muy superior.

Fachada de la Real Academia Española
RAE Informa. Fachada de la sede de la Real Academia Española (CC BY-NC-ND)