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El Romanticismo en España

Las etapas del Romanticismo en España

La hoja de ruta del Romanticismo español incluye tres etapas:

  • 1808-1833: primeros manifiestos románticos en unos años aún marcados por el estilo neoclásico.
  • 1834-1844: la década de esplendor del Romanticismo.
  • Años posteriores a 1844: el Romanticismo se mantiene mientras comienza la transición hacia el siguiente periodo histórico: el Realismo.

Trasfondo social y literario en la España romántica

A principios del siglo XIX, España contaba con aproximadamente diez millones de habitantes, de los cuales unos 600 000 sabían leer. El número de alfabetos creció sustancialmente hasta alcanzar el millón en la década de 1840. Se estima que en el último tercio de siglo, el 20% de los españoles, un total de tres millones, habían dejado atrás el analfabetismo.

Es evidente que el afán por alcanzar un mayor nivel formativo era una prioridad para las clases medias, por lo que el ritmo con el que la lectura fue ganando adeptos era imparable. Otros gremios que no tardaron en sumarse fueron el proletariado industrial y el sector de servicios de las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia. Además, en esta época se dio un paso decisivo y trascendental: las mujeres, más allá de ser ávidas lectoras, comenzaron a destacar en la creación literaria.

Otra traba que impedía el éxito mayoritario de las letras en España era el precio de los libros. A principios del siglo XIX, un volumen podía llegar a costar unos diez reales, precio que no estaba al alcance de cualquiera. Afortunadamente, los gabinetes de lectura paliaron esta carencia; gracias a estos foros y pagando una módica cantidad de dinero se inició un sistema de intercambio de libros. También era posible leer la prensa, tanto nacional como extranjera, por lo que comenzó a florecer la vida social con la cultura como eje central.

Detalle de una biblioteca con volúmenes antiguos
Wikimedia Commons/Bibliothek Wissenschaftspark Albert Einstein. Old Geodesy library books in a wooden shelf (CC BY-SA)

Nuevas formas de difusión literaria

Como el precio de los libros era prohibitivo para muchos habitantes de la España decimonónica, se idearon nuevas formas de difusión literaria. La estrategia era muy sencilla: si un lector no podía afrontar la compra de un libro, quizás sí pudiera comprar el libro a plazos. Por lo tanto, en el siglo XIX nacieron dos nuevos formatos:

  • La entrega: son cuadernillos de papel barato que solían tener una periodicidad semanal. Costaban un real. Tuvieron mucho éxito en grandes ciudades como Madrid y Barcelona. Gracias a las entregas comenzó a florecer el negocio editorial.
  • El folletín: los editores aprovecharon el poder de la prensa para publicar en los periódicos poemas, relatos o novelas.

Estas nuevas vías para la edición tenían ventajas e inconvenientes:

  • Pros: los autores contaban con medios con grandes tiradas, lo que les permitía hacer llegar su obra a un público cada vez más amplio. Asimismo, la cultura dio un paso decisivo hacia su democratización.
  • Contras: la producción literaria sufrió un aumento espectacular, lo que implicó una bajada en la calidad literaria de las obras.
Portada de una publicación del siglo XIX
Wikimedia Commons/Andre Gill. Cover of French newspaper La Lune (Dominio público)

La edición y la autoría en la España decimonónica

La España del siglo XIX alternó periodos progresistas con otros más conservadores. Durante los primeros, el negocio editorial alcanzó importantes cotas de proyección y progreso; se pusieron en circulación tiradas de ejemplares impensables en las décadas anteriores, lo que permitió avanzar en la alfabetización de los ciudadanos españoles. Sin embargo, la censura todavía ejercía su poder, sobre todo bajo el reinado de Fernando VII. Fueron años oscuros en los que la labor editorial fue duramente reprimida. Uno de los periodos más negros de la España decimonónica se conoce como "la década ominosa": entre 1823 y 1833, la restauración del absolutismo hundió el mundo de la cultura, instauró hábitos censores durísimos y reprimió cualquier atisbo de libertad intelectual.

A partir de 1830, el negocio volvió a florecer. Con este panorama, el escritor cambió de estatus. Las cortes de Cádiz lo reconocieron como propietario de su obra, por lo que nadie podía publicar sus libros sin su permiso sin incurrir en un delito de usurpación. Este hecho permitió que los autores tuviesen más autonomía económica, por lo que los mecenazgos iniciaron una lenta pero paulatina desaparición. Dicho de otro modo: el escritor comenzaba a ser autónomo, pero, por desgracia, no autosuficiente, ya que pocos podían vivir de la literatura debido, en parte, a los altos índices de analfabetismo.

Caricatura del escritor francés Víctor Hugo
Wikimedia Commons/Benjamin Roubaud. Panthéon charivarique (Dominio público)