La lucha hacia la trascendencia del género narrativo
Tal y como sucedió en el ámbito del teatro y de la poesía, la narrativa española del siglo XIX permaneció bajo el influjo de las formas dieciochescas. Se puede afirmar, sin embargo, que la narrativa decimonónica comienza a brillar con luz propia en la década de los treinta gracias a la irrupción del género histórico.
A pesar de que no es un período próspero desde el punto de vista creativo, en los primeros compases del siglo se produce una efervescencia editorial importante gracias a la gran cantidad de obras extranjeras traducidas al castellano. Así, la renovación de formas y estilos van calando en el imaginario popular, lo que también anima a los autores a dejar atrás el poderoso influjo de la Ilustración.
Si el Romanticismo inglés y francés fue adoptado por los nuevos autores como modelo para completar la transición estilística en la poesía y el teatro, el género narrativo no fue una excepción. Dicho influjo casi cuajó en la década de los veinte, pero la situación política no era lo suficientemente estable para que los cambios surtieran efecto, por lo que fue a lo largo de la década de los treinta cuando el modelo ilustrado quedo definitivamente superado. Además, los novelistas se afanan en dotar al género narrativo de un prestigio que le fue negado a lo largo de los siglos, alejándolo por completo de una frivolidad que siempre le restó reconocimiento.