En 1799, Napoleón Bonaparte, un general corso que había desarrollado una carrera fulgurante durante la Revolución Francesa, aprovechó la debilidad del Directorio para organizar un golpe de Estado. La fecha escogida, dentro del calendario revolucionario, fue el 18 de brumario. En ese momento estableció el Consulado (1799-1804), una forma de gobierno en la que, por un periodo de diez años, ostentaban el poder tres cónsules. Ahora bien, en 1802 el mismo Napoleón se autoproclamó cónsul único y vitalicio, es decir, para toda la vida.
Después del 18 de brumario, instauró un sistema autoritario y personalista a través de la Constitución de 1800, en la que promulgó una serie de artículos entre los que no figuraban la separación de poderes ni los derechos establecidos por la Revolución Francesa. Se trataba de un intento de consolidar únicamente algunas de las conquistas de los revolucionarios y, por otro lado, de restablecer la estabilidad del Estado francés, tanto a nivel nacional como internacional.
En materia económica, las principales reformas de sus años de gobierno estuvieron relacionadas con la aplicación de las ideas del liberalismo. Promulgó leyes que protegían la propiedad privada, impulsó la industria y el comercio, se creó el Banco de Francia y el franco como moneda. A todo esto se ha de añadir la emisión de papel-moneda. Como medidas sociales, Napoleón permitió el regreso de los exiliados de la Revolución, creó las escuelas o liceos nacionales para una enseñanza laica y firmó un Concordato con la Iglesia Católica. Por último, como medidas políticas, Napoleón reorganizó la administración del Estado y la orientó hacia un sistemas más centralista. Creó prefecturas para el gobierno de las provincias y promulgó un nuevo código legislativo (civil y penal), conocido como Código Napoleónico.
Tras ver como su poder crecía y el pueblo francés le apoyaba, el 18 de mayo de 1804, Napoleón Bonaparte se coronó emperador de los franceses.
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