Esta primera oleada revolucionaria aconteció en el sur de Europa, donde pequeños grupos de burgueses crearon diferentes sociedades secretas, siendo la más conocida los masones. A través de golpes de Estado o pronunciamientos militares, intentaron volver a instaurar los principios liberales derivados de la Revolución Francesa. 

El primer desafío al Congreso de Viena se dio en España enero de 1820, con el Pronunciamiento de Riego, que obligó al rey Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz de 1812. A esta etapa, que duró tres años, se la denominó el Trienio Liberal. Sin embargo, quedó aplastado por la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis en España, un ejército francés, que, en nombre de la Santa Alianza, puso fin a esta etapa liberal. 

Siguiendo el ejemplo español, durante los siguientes años habría estallidos revolucionarios en Portugal, Piamonte, Nápoles y el Reino de las Dos Sicilias y en Grecia. Solamente en este último alzamiento, la Revolución Griega de 1821, las ideas nacionalistas triunfaron y, tras la Guerra de Independencia contra el Imperio Otomano, los griegos consiguieron su independencia. 

La oleada de 1830 se centró en el norte de Europa, principalmente en Francia, aunque desembocó en mas alzamientos en Bélgica, Polonia, Sajonia e Italia. Estos estallidos revolucionarios tuvieron mucho más apoyo popular que los acaecidos en 1820, y los principales fueron los siguientes:

• En Francia, París se llenó de barricadas y Carlos X de Borbón abdicó ante el malestar popular. La Santa Alianza no permitiría una nueva República; por ese motivo, en 1830 los liberales franceses ofrecieron el trono a Luis Felipe de Orleans con el fin de instaurar una monarquía constitucional con un gobierno liberal moderado. 
• En 1830, Bélgica logró su independencia de los Países Bajos. 
• El Imperio Ruso tuvo que hacer frente a una revolución nacionalista en Polonia en 1831, donde el pueblo polaco fue derrotado por las tropas zaristas. 
• En los estados italianos también se produjeron diversas revueltas que acabarían siendo aplastadas por el Imperio Austriaco.

En 1845 Europa sufrió una grave recesión económica y una crisis alimenticia con la plaga de la patata. Estos dos hechos provocaron el estallido de una nueva oleada revolucionaria con levantamientos populares en grandes ciudades europeas, entre las que se encontraban Roma, Viena, Budapest o París. Estas revoluciones supusieron, entre otras cosas, la aparición de los principales ideales democráticos (igualdad social, soberanía popular y sufragio universal) y el surgimiento de los primeros movimientos de trabajadores.

En Francia, Luis Felipe de Orleans fue destronado y fue proclamada la II República Francesa (1848-1852). El nuevo gobierno aprobó numerosos cambios democráticos: libertad de prensa, abolición de la pena de muerte, reconocimiento de algunos derechos a los trabajadores o sufragio universal masculino. Sin embargo, aunque comenzó como una república de corte liberal, poco a poco, por miedo al creciente socialismo, se tornó en una república conservadora. Tras ganar en las urnas, Luis Napoleón, sobrino de Napoleón Bonaparte, fue proclamado presidente. En pocos años, como hiciera su tío, convirtió su régimen en una dictadura y posteriormente en un imperio. Nació así el II Imperio Frances al mando del emperador Napoleón III.

Pocas fueron las revoluciones que tuvieron éxito. En el Imperio Austriaco, los revolucionarios provocaron la dimisión de Metternick y la aceptación por parte del emperador Fernando I de una Asamblea Constituyente. Además tuvieron que sofocar varios levantamientos nacionalistas en Hungría, Chequia y en el reino de Lombardía-Véneto. 

Por ultimo, cabe destacar que Federico Guillermo IV de Prusia tuvo que aceptar la firma de una Constitución que limitaba su poder.