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2. Tea Rooms en la genealogía de una literatura feminista

Ilustración de joven leyendo en habitación soleada
Imagen creada con IA (DALL.E). Joven leyendo en habitación soleada (CC0)

El acceso a la esfera pública por parte de las mujeres no se produce, en términos relevantes, hasta el siglo XX. Sabemos que la discriminación que sufrieron para estudiar les dificultaba enormemente su incursión al campo artístico o científico. Los casos que hay hasta el siglo XX son aislados y deben ser estimados como personalidades prodigiosas que expresaron su talento con todo a la contra.

La esfera anglosajona cobra en este sentido enorme protagonismo. En el primer tercio del siglo XIX cinco extraordinarias novelistas inglesas publicarán títulos que han quedado ya incorporados al canon occidental (la selección de libros que se consideran parte indispensable de la cultura compartida). En primer lugar, Jane Austen, cuyas novelas Sentido y sensibilidad (1811), Orgullo y prejuicio (1813), Mansfield Park (1814) o Emma (1815) ponen el foco en el imperativo social que obliga a las mujeres a hacer «un buen matrimonio» como única expectativa vital capaz de asegurar unas condiciones materiales dignas. En segundo lugar, Mary Shelley, autora de Frankenstein (1818), cuya vida y obra están íntimamente ligadas a la de su madre, Mary Wollestonecraft, pensadora británica que en 1792 publicaba su Vindicación de los derechos de la mujer. Y en tercer lugar, las hermanas Brönte, que vieron publicadas en 1847 sus tres grandes obras con pseudónimos masculinos: Emily, Cumbres borrascosas; Charlotte, Jane Eyre y Ann, Agnes Grey. Las protagonistas de Jane Eyre y de Agnes Grey son jóvenes institutrices que luchan por su independencia personal, económica y moral, y rechazan la sumisión a que pretendían confinarlas las convenciones de su época. En el siglo XX, Una habitación propia (1929), de Virginia Woolf, supone una aportación ensayística fundamental en la reflexión sobre las razones que apartaban a las mujeres de la escritura. Rescatamos los nombres de todas ellas porque forman parte de la indispensable genealogía en que se inscribe la obra de Carnés.

En el ámbito de la literatura hispánica son muy pocas las escritoras incorporadas a la historia literaria hasta el siglo XIX: la religiosa Teresa de Jesús en el siglo XVI, conocida sobre todo por su literatura testimonial y biográfica; o Sor Juana Inés de la Cruz, poeta mexicana, y María de Zayas, autora de novelas cortas, ya en el siglo XVII. En la primera mitad del XIX publicaron su obra las novelistas Gertrudis Gómez de Avellaneda y Fernán Caballero o las poetas Rosalía de Castro y Carolina Coronado. Pero el antecedente inequívoco de Tea Rooms lo encontramos en la obra de Emilia Pardo Bazán, una de las figuras más sobresalientes del realismo literario español, junto con Galdós, Clarín o Blasco Ibáñez. Su novela La tribuna (1891) recrea la vida de las trabajadoras de la fábrica de tabacos de su Coruña natal con el telón de fondo de los acontecimientos políticos recientes.

Es en esta genealogía en la que hay que situar a Luisa Carnés quien constituye, por su cuenta, un caso claro de injusto olvido, subsanado en los últimos años con la publicación de su obra, a la que ha acompañado una recepción entusiasta. Tea Rooms se publica en 1934, por los mismos años que Una habitación propia. Esta coincidencia temporal viene a remarcar la sintonía de Carnés con la sensibilidad europea en cuestiones de género. Sorprende la modernidad de sus posturas y la lectura de su novela nos recuerda los estragos causados por la dictadura franquista, como régimen que forzó al exilio a los intelectuales progresistas de nuestro país, sofocando de paso el conjunto de sus ideas.

Tras la guerra civil empiezan a aflorar, con desigual suerte, nombres de escritoras en el panorama literario español. En este itinerario se escoge a Carmen Martín Gaite, por la calidad de su obra y por su esfuerzo en aclarar el papel asignado de la mujer en sociedad, a la que podría haberse sumado Concha Alós por las reivindicaciones presentes en su narrativa (Los enanos) y ya, unas décadas más tarde, Josefina Aldecoa con Historia de una maestra.

 

Emilia Pardo Bazán

Icono de estantería circular de libros con enlace a Emilia Pardo Bazán

Virginia Woolf

Icono de estantería circular de libros con enlace a Virginia Woolf

Carmen Martín Gaite

Icono de estantería circular de libros con enlace a Carmen Martín Gaite

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