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Texto 5

El texto pertenece al penúltimo capítulo de la novela (capítulo 21). Está a punto de producirse el desenlace. El fragmento va entrelazando las vicisitudes personales de tres de los personajes: Laurita, Marta  y Matilde

Lectura

Laurita cierra la puerta de la cabina y enciende la luz.

Ya están todas afuera, cada cual a lo suyo. La encargada la ha mirado y sonreído irónicamente: «Buenos días, Laurita». Laurita ha simulado no advertirlo. 

Al empezar a desnudarse la estremece un calofrío intenso, la hace temblar. Cuelga el vestido de calle. Enseguida, su mano temblona busca uno de los senos, lo palpa, oprime el pezón, breve y oscuro, y unas gotas amarillentas y espesas se le derraman sobre el fino opal de la camisa. La secreción ha fluido antes sobre la seda del sostén y se ha secado en ella. Pronto sus caderas ensancharán y su vientre comenzará a deformarse. Quizá ya ha ensanchado bastante. Su madre le dijo anoche: «Tú estás algo más gruesa, pero no más fuerte. Este mes no has tenido "eso" y el anterior tampoco. Seguramente estás débil». Pronto será imposible ocultar la situación. ¿Qué ocurrirá entonces? Laurita vuelve a temblar de frío. Se viste deprisa el uniforme y sale. Sin retocarse los labios ni mirarse al espejo. Cuando deja la llave en el mostrador de la encargada, oye decir a Antonia en el teléfono:

―No me han traído los pastelillos para rellenar que encargué anoche. Necesito que me los manden antes de las doce. 

Matilde limpia los cajones del mostrador y coloca en ellos los bollos. 

[...]

―Estás pálida, Laurita.

―Me duele mucho la cabeza. 

―Yo tengo un calmante en el bolsillo.

―Gracias, Antonia; no me gustan esas porquerías. 

Matilde y Antonia comprueban el género que llegó hace una hora de la fábrica.

―Oye, Laurita, lo que me dice Matilde: ha visto a Marta; se ha «echado a la vida».

―¿Sí?

―Mejor quisiera no haberla visto.

―¿Cuándo ha sido? ¿Ahora?

―No; anoche. Salía de un cine de la Gran Vía con otra chica de muy mala pinta. 

―Bueno; pero, ¿cómo te has enterado?

―Me acompañó al tranvía. Dejó a la amiga y se vino conmigo. Vive con un ingeniero alemán. Está muy contenta.

―¿Pero cómo llegó a...? 

―¡Bah! Es bien fácil. Después de salir de aquí por lo que salió, ¿cómo iba a encontrar donde trabajar, según está todo y sin un certificado de buena conducta? Son cosas que se ven todos los días; pero que, viéndolas tan de cerca, siempre la sorprenden a una un poco.

―¿lba bien?

―Sí; muy guapa.

―¡Ya ves!

«Bueno, llegar a "eso". Pero todo es preferible a esta incertidumbre de no saber lo que pasará; de no poder mirar el porvenir de frente», piensa Laurita.

La determinación de Marta ha soplado un viento de tristeza sobre las muchachas de la pastelería.

Paula, «la nueva», coloca bajo la vitrina anchas bandejas colmadas de pasteles. Resume, a través de la conversación de sus compañeras, que se trata de alguna antigua dependienta de la casa, y le pregunta a Antonia: 

―¿Es alguna chica que estuvo aquí?

―Sí. 

«Todo es preferible a "esto", que irremediablemente ha de llegar si antes no se destruye; porque puede destruirse». Laurita siente que su seno se endurece con el correr de los días, que sus pezones se tornan oscuros, que ensanchan de un modo alarmante. Espera, con temor, que de un momento a otro la sacudida del nuevo ser la estremezca, como momentos antes la humedad en la cabina oscura.

Suena el teléfono.

La encargada acude y reaparece enseguida:

―Una de la pastelería al aparato.

―«La nueva» recibe el recado.

―Preguntan del «Porto» cuándo van a mandarse los bollitos para rellenar.

―¡Y no los han traído aún!―exclama Antonia―Di que enseguida van. A ver ahora cuándo viene ése.  ¡Le vas a tener que meter en cintura, Matilde; tiene una pasta! 

―¡Bueno!

El chico del género continúa sin atreverse a abordar francamente a Matilde. Únicamente, ayer le dijo al salir:

«Me gustaría acompañarla una tarde, señorita Matilde. Ella guardó silencio y él salió disparado del salón, confuso y sin añadir una sola palabra. Y esta mañana apenas la ha mirado al darle los «buenos días». Al parecer olvidó lo de ayer. O al contrario: lo tiene bien presente y este recuerdo le turba con exceso. «¡Cosa más simple de hombre!», exclamó hoy Antonia, al observar la frialdad del muchacho de la nariz de loro hacia Matilde.

Ésta recuerda su encuentro con Marta. Marta estaba más guapa y algo más gruesa; más acusados los senos y las caderas. Reía con una risa sana, feliz. (¿Por qué no?) «Como bien y tengo veinte duros en el bolsillo». Intentó invitar a Matilde. «No, gracias; no puedo entretenerme. Ya sabes que vivo muy lejos». Le brillaban los ojos bajo el fieltro blanco del sombrero. Una de sus manos, enguantadas, oprimía el brazo, oprimía la manga rozada del abrigo de Matilde. «Ya ves, las cosas vinieron así». Se llega fácilmente a «eso» cuando en casa hay una hermana medio tuberculosa y un padre «parado» hace más de un año, y una madre con los huesos deformados de tanto lavar ropas ajenas; una madre que gruñe incansable, incesantemente... Y una chiquitina vestida de limosna. Se renueva la experiencia infructuosa de la búsqueda de trabajo, dispuesta a desempeñar «lo que salga», y luego de muchos «No hace falta», se abandona una y se deja «conducir» captada por el anuncio inmoral, en el que se adivina la salvación: «Doña Patro relaciona personas decentemente», hasta el hotelito aislado, alcahuete. «Aquello era una esclavitud enorme. En esas casas no se dispone de la menor libertad; no tiene una nada suyo. Ahora estoy bien: tengo mi casa y no tengo que aguantar porquerías a tanto tío». «¿Tu familia?». «Mi padre se puso por las nubes; hasta dijo que me iba a matar. No le he vuelto a ver, ni a mi madre tampoco. Sé que están bien. Mi hermana es la que viene por casa muy a menudo, con su chica. Ya puedes suponer: la ayudo mucho. Ahora se ha puesto a coser por las casas. Pero tiene poco trabajo; ya sabes cómo están las cosas. Si quisiera, no le faltaría un hombre que la tuviera bien; aunque está bastante estropeada, es muy guapa; pero es así. Tiene unas ideas muy antiguas. ¿De qué te ríes? Le damos demasiada importancia a lo que no la tiene. Mi amigo, que es alemán y ha viajado por todo el mundo, dice que estas cosas no tienen ninguna importancia; que hay muchachas ricas que se pasan la soltería "divirtiéndose" y antes de casarse van a ver a un médico, y arreglado». Todo estriba en saber «no perder». «Fijate mi hermana: ésa sí que está bien perdida». Marta se ha renovado. Ha variado de conceptos, enriqueciendo su organismo en glóbulos rojos. Pero tampoco es «eso»; tampoco Marta está en el camino cierto de la libertad, de la emancipación. Marta hace de «eso» un fin, no un medio, y «eso» sólo puede estar menos mal (nunca bien) como un medio para un fin determinado; por ejemplo, estudiar aprovechando las facilidades económicas del amigo; hacerse una cultura emancipadora. «Sí; yo me voy a romper ahora los cascos estudiando». Marta parece estar muy segura de la estabilidad amatoria de su amigo; pero esa estabilidad no es, probablemente, más sólida que un puñado de sal en el agua. No; tampoco es «eso». Un día, el amigo se cansa y otra vez a rodar en pos de otra «Doña Patro»; ahora el camino está claro. A pudrirse las entrañas y el cerebro.

Surge el chico del género con un paquete debajo del brazo.

―Ya es hora ―le dice Antonia. 

―El que tomó la lista se olvidó del encargo.

―Ya me han preguntado antes por teléfono.

El muchacho deja el paquete encima del mostrador. Está al lado de Antonia, dirigiéndole la palabra. La bata azul que lo envuelve, le llega hasta los tobillos. Su perfil de loro le es a Matilde profundamente antipático. Lo adivina en el porvenir gordo, calvo, con unas alpargatas pringosas y esa nariz de loro y esa bata azul... Algo horrible. 

―Bueno, señorita Matilde; ¿cuándo va a querer que la espere?

―No, déjelo; no me espere nunca. Matilde ha contestado muy rápidamente. No. Imposible. Cuando ve desaparecer al muchacho se siente libre, completamente libre.

―¿Qué te decía?―le pregunta Antonia. 

―Lo mismo. Ya le he dicho que no me espere.

―Allá tú, chica. 

No. Tampoco es éste el camino. 

Laurita parece aislada durante toda la mañana del resto de sus compañeras. Su drama íntimo la absorbe por entero. Por momentos crece su decisión de poner en práctica la inspiración de su novio: «Eso se puede destruir en los dos primeros meses sin el menor peligro». Y esta misma noche, al encontrarse con él, le dice por todo saludo, apretándole una mano con fuerza: 

―Dices que esto «esto» se puede deshacer sin peligro. 

―Aún sí.

―Pues se deshace.

Luisa Carnés: Tea Rooms. Mujeres obreras, 1934 (Hoja de Lata, 2016, pp. 187-195)

Cuestiones para el coloquio

  1. A falta del desenlace final, este fragmento expone a través de Laurita, Matilde y Marta tres de los temas importantes que sustenta la novela: el aborto, el matrimonio y la prostitución. Tratad de argumentar cuál es el punto de vista que adopta la autora en cada uno de ellos, sirviéndoos, si es posible, del desenlace del último capítulo. 

  2. Al final del fragmento se lee: No. Tampoco es éste el camino. ¿A qué se está refiriendo Matilde con esa afirmación? ¿Por qué aparece el adverbio «tampoco»? 

  3. ¿Está Tea Rooms discutiendo la validez de la institución del matrimonio, o del matrimonio tal y conforme se vivía en los años 30?
  4. En el texto, el pronombre «esto» es una estrategia para evitar la mención explícita a varios tabúes. Y, sin embargo, ¿se desprende de la novela un juicio moral sobre esos dos tabúes? ¿Censura a las «ejecutoras» de esos dos tabúes o las trata como víctimas? Justificad la respuesta señalando partes del texto que corroboren vuestra opinión.

  5. ¿Cuáles son las soluciones que plantea Luisa Carnés para la verdadera emancipación de las mujeres?

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