¿Por qué hay tan pocas autoras en las historias de la literatura? Más allá de las que sí lo fueron pero han sido silenciadas e invisibilizadas —caso de Luisa Carnés, por ejemplo—; más allá también de las que lograron escribir novelas, poemarios o textos teatrales pero vieron sus obras firmadas por sus esposos o compañeros; más allá de las que fueron obligadas a quemar sus escritos por sus confesores, que de todo hay ejemplos en la historia de la literatura española y europea, no era fácil para las mujeres gozar de las mismas oportunidades de las que gozaban los hombres para incorporarse como escritoras a los circuitos sociales del libro y la lectura. De hecho, muchas de las que lo conseguían firmaban sus obras con seudónimos masculinos o quizá las dejaban sin nombre de autor(a). Hasta J.K. Rowling, hace apenas unos años, evitó poner su nombre de pila en los libros de Harry Potter por los inevitables prejuicios y rechazos que la literatura escrita por mujeres aún despierta.
El nombre de Virginia Woolf es de obligada mención siempre que se visita la genealogía de escritoras y pensadoras que mostraron interés por reivindicar la ampliación de los derechos de las mujeres, también del lado de la literatura.
Autora de una importante obra narrativa, es quizá Una habitación propia su libro más célebre. Publicado en 1929, constituye uno de los ensayos más lúcidos a la hora de analizar el papel asignado a las mujeres en el campo de la literatura. Combinando documentación y reflexión sobre su propia experiencia personal, acierta a poner en palabras dos de las razones que impedían a las mujeres convertirse en escritoras: la carencia de una habitación propia donde retirarse a escribir y la de una independencia económica que lo hiciera posible.