Saltar la navegación

Texto 4

El chico que lleva los pasteles al salón de té siente atracción por Matilde. Esta admiración despierta los comentarios desenfadados, y quizá entrometidos, de Antonia. Pero también los pensamientos de Matilde al respecto. (Fragmentos de los capítulos 14 y 15).

Lectura

―Buenas tardes.

Sin saber cómo ha podido ser, se encuentra allí ante la muchachas el chico que lleva el género, «el admirador de Matilde». 

El muchacho de la nariz de loro deja sus tableros sobre la única silla de la pastelería, para lo cual Laurita se tiene que poner en pie, continuando en esta posición su charla con los actores de la tertulia. En este instante, dice:

―¡Bah! La Garbo ya está demodée.

¿Dónde ha aprendido Laurita esta palabra, de cuyo significado no está muy segura? Tal vez la leyó en algún articulo de alguna revista de cine. Demodé. Lo cierto es que le suena bien la palabra.

El chico que trae el género saca un pañuelo y se limpia el sudor de la frente.

―Hace calor, ¿eh?―le pregunta Antonia. 

―Mucho. Y a estas horas, más.

―Sí; estas horas son las peores de la tarde. Nosotras, aquí, estamos fritas ―continúa Antonia―. En su barrio no debe hacer tanto calor. 

―En mi barrio como en todas partes. Claro que ya pilla en alto. 

―Vive usted cerca de los Cuatro Caminos, ¿no?

―Sí.

―La señorita Matilde también vive por allí, ¿verdad, Matilde?

―Sí―responde Matilde, contrariada. 

―Ya la veo algunos días en el Metro, cuando me retraso .

―Yo no me he fijado...

―Sí. El otro día veníamos en el mismo coche; usted me tocaba con el codo en la espalda. Venía el coche muy lleno. 

―Usted pensaría: «¿Por qué no vendrán siempre los coches así de llenos?».

―Bueno, Antonia, dejese ya de guasas ―dice Matilde.

―¡Creerás tú que al muchacho le molesta lo que yo digo!

―Pues a mí, sí. 

Matilde piensa enseguida que se ha puesto demasiado seria, y rectifica: 

―¡Usted, Antonia, siempre tiene tan buen humor!

El chico de la nariz de loro se retira, visiblemente cortado:

―Bueno, hasta mañana.

―Adiós, hombre ―le dice Antonia―.Y otra vez, cuando vea a una compañera, salude; la señorita Matilde no se come a la gente.

Tal vez el muchacho no la oye. O tal vez finge no haberla oído. Lo cierto es que no responde.

Matilde se acerca a Antonia, que rellena de caramelos unas bandejas de cristal.

―No sé por qué habla usted así, Antonia; ya sabe que no me gusta. 

Pero lo sabe. Ese «no sé» es algo que, ciertamente, no tiene significado. Matilde sabe que Antonia se interesa en que el chico del género «le hable» a ella ―a Matilde―. Laurita comenzó la broma y Antonia la secunda. Pero Antonia ha tomado el asunto muy en serio. Por lo pronto, ha hecho investigaciones sobre las condiciones materiales y morales del joven. El cual habita con su padre en una casa modesta, allá lejos, en una barriada inmediata a los Cuatro Caminos. Tienen una pastelería, una de esas viejas pastelerías de los barrios humildes, cuyas tartas envejecen en el escaparate. Pero el padre quiere que su hijo sea un buen pastelero, un perfecto pastelero que pueda salir algún día de «esta mierda de barrio», y lo ha colocado en la gran fábrica acreditada, donde amplía sus prácticas al lado de conspicuos reposteros franceses y alemanes.

―Ya sabes que lo hago de buena fe, mujer  ―le dice Antonia a Matilde―. El chico es un infeliz; lo que se dice una buena persona. Y con sus cuartitos. Hay que tener esto muy en cuenta. Piénsalo bien, chica. Se ve, desde luego, que está por ti, y en cuanto no te viera tan arisca... Yo te lo digo por tu bien. Fijate el porvenir que la aguarda a una aquí... Y ya sé que tú no eres de esas románticas que se hacen ilusiones.

¿Románticas? Antonia llama románticas a las muchachas que aún siguen esperándolo todo de una buena boda. Y, en efecto, Antonia ha podido observar que Matilde no pertenece a esa clase de mujeres. Matilde sabe ―por referencias; ella no ha conocido otros― que los tiempos han cambiado mucho. Escasean los «príncipes», y a los pocos que quedan les ha dejado en una situación muy desairada la revolución rusa. ¡Pobres príncipes del siglo XX, convertidos en figurines de «pollos bien», en primeras figuras de ballet y en héroes de reportaje de revista gráfica! Matilde ha visto de cerca, ha «tocado» la tragedia del hogar, la «felicidad», «la paz» del hogar cristiano, tan preconizado por curas y monjas. El marido llega a él cansado de trabajar ―cuando hay trabajo―. Allí hay unos chiquillos que gritan, que lloran, y una mujer mal vestida y gruñona, que ha olvidado hace muchos años toda palabra agradable y cuyas manos huelen insoportablemente a cebolla. «Bueno, ya no tengo dinero; fijate». «Está bien. No me eches cuentas. Supongo que no te lo habrás comido». «¡Se lo contaré al vecino!». «Bueno, ¿y qué? Yo no puedo hacer más. Estoy todo el día hecho un burro». «¿ Y yo no trabajo? ¡Pero como no traigo dinero!». El marido piensa que las cosas de la casa se hacen por sí mismas (¡milagrera meseta del fámulo Isidro!) y no le da importancia alguna al trabajo de su mujer, al embrutecedor trabajo doméstico.

«Me echas en cara el pan que me como, pero bien me lo gano», dice la esposa. O bien: «Tú quisieras que yo trajese dinero a casa, ¿verdad? Con tal de que no te pidiera un céntimo, te daría igual que lo sacara de donde fuese. Pero como no tengo ningún querido que me lo dé...», etcétera. ¡Horrible! Da igual que el hogar sea un piso alto, o que sea una pastelería. Varía el sitio nada más. Los chicos, en lugar de meter las manos en la tina del agua sucia, las introducen en la masa extendida sobre los tableros de la cocina. Por lo demás, el marido también dice que no puede con tanto trabajo, y la esposa repite hasta el cansancio que está «todo el santo día hecha una mula». Pero también hay mujeres que se independizan, que viven de su propio esfuerzo, sin necesidad de aguantar tíos. Pero eso es en otro país, donde la cultura ha dado un paso de gigante; donde la mujer ha cesado de ser un instrumento de placer fisico y de explotación; donde las universidades abren sus puertas a las obreras y a las campesinas más humildes. Aquí, las únicas que podrían emanciparse por la cultura son las hijas de los grandes propietarios, de los banqueros, de los mercaderes enriquecidos; precisamente las únicas mujeres a quienes no les preocupa en absoluto la emancipación, porque nunca conocieron los zapatos turcidos ni el hambre, que engendra rebeldes. Matilde ha oído algo sobre esto, no recuerda dónde; o lo leyó en algún libro, tampoco recuerda exactamente cuál. En los países capitalistas, particularmente en España, existe un dilema, un dilema problemático de dificil solución: el hogar, por medio del matrimonio, o la fábrica, el taller o la oficina. La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una o de otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador.

¿No viene a ser una misma cosa? 

―No te pongas tan seria, chica; no te volveré a hablar de esto.

―Si no me pongo seria, Antonia.

[...]

―Sí; claro. Pero, bueno, usted sabe que no es nada agradable para uno que le digan que no. Yo no he tenido aún novia formal. Cosas de chicos, allá en mi barrio pero en serio, nada. Francamente, Antonia: a mí me gusta la señorita Matilde, de verdad. Yo la hablaría en serio, para casarnos pronto. Es una chica muy formal, de lo que no abunda por ahí... Y en mi casa hace falta una mujer. Mi madre se murió cuando yo era muy chico. Mi padre y yo, toda la vida andando en manos de criadas... Cuando me case trasladaremos la tienda a una calle más céntrica. En fin; usted comprenderá que, como no se trata de un juego de chiquillos, me interesa saber cómo le podría caer a ella antes de dar un paso así.

Luisa Carnés: Tea Rooms. Mujeres obreras, 1934 (Hoja de Lata, 2016, pp. 127-131, p. 136)

Cuestiones para el coloquio

  1. Este fragmento concentra el interés de Luisa Carnés por analizar el papel asignado a las mujeres en su sociedad, sostenido en la relación entre el mundo laboral y la institución matrimonial. La lectura de Tea Rooms permite considerar al personaje de Matilde un trasunto (reflejo) de la propia Luisa Carnés con respecto a estos temas. Es evidente la reivindicación del trabajo reproductivo (en el hogar y no remunerado), al que la autora desea conferirle un estatus parecido al trabajo productivo (en la esfera pública y remunerado). Analizad de qué manera lo expone en el fragmento y discutid si, efectivamente, ambos trabajos son igualmente importantes.

  2. ¿En quiénes está pensando Matilde concretamente al hacer un repaso de cómo sucede la vida? 

  3. ¿Qué no le gusta a Matilde del amor romántico? ¿Qué falla, según Luisa Carnés, en las relaciones entre hombres y mujeres de su época? ¿Qué soluciones da? ¿Estáis de acuerdo con ella? ¿Hemos superado, en la actualidad, los inconvenientes de la España de los años 30?

  4. ¿De qué manera el último párrafo, en el que habla el chico que tiene interés por Matilde, confirma los temores de la joven?

  5. En muchas ocasiones, la figura del narrador no solo se limita a contar los hechos, sino que toma partido por alguno de los personajes. ¿Diríais que en este fragmento el narrador (o narradora) se muestra del todo objetivo o muestra complicidad/desacuerdo con los pensamientos de Matilde? Vuestra respuesta tiene que ser respaldada con alguna parte seleccionada del texto.

Creado con eXeLearning (Ventana nueva)

Financiado por la Unión Europea — Ministerio de Educación y Formación Profesional (Gobierno de España) — Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia