Lectura
Virginidad y matrimonio: diferencias entre hombres y mujeres
Refiriéndonos, de momento, a la primera diferencia, hay que decir ya que al hombre que llegaba virgen a la boda se le miraba como a una avis raras y nadie le auguraba muchos éxitos ni como pretendiente, ni como marido ni como padre. A pesar de que la censura de la época silenciaba cualquier referencia abierta a la sexualidad, había todo un código de sobreentendidos, mediante el cual se daba por supuesto que las necesidades de los hombres eran más urgentes en este terreno, e incluso se aconsejaba a las muchachas que no se inclinaran, en su elección de novio, por un jovencito inexperto sino por un hombre «corrido» o «vivido», como también se decía. «El hombre nunca ha vivido lo bastante antes de casarse, ni la mujer tiene por qué investigar en lo que no puede ya haber la menor intervención... El hombre —no lo olvides— es siempre, en igual de fechas e inscripciones en el Registro Civil, mucho más joven que la mujer. Por eso, para que su espíritu se vaya sedimentando, conviene cogerlos un poquito cansados». [...] El enfrentamiento de la carne con el espíritu, implícito en la devoción incondicional a la Virgen María, creaba en ellas, con el ansia personal de identificación, escrúpulos de un cariz muy peculiar. Desde que una niña se preparaba para tomar la primera comunión, momento en que el problema de la pureza se planteaba, tenía que enfrentarse, por de pronto, con la violencia de arrodillarse frente a la rejilla de un confesionario para hablar con un hombre [...]. De aquellos balbuceos angustiosos y baldíos surgía la primera noción de pecado personal. De ahí en adelante todo en torno suyo se iba a confabular para hacer sentir a la adolescente que había emprendido un camino tortuoso y lleno de asechanzas, aunque de la naturaleza de aquellas asechanzas nadie — y menos que nadie aquella sombra varonil sin rostro ni pasión verbal, oculta tras el confesionario— le explicara nada concreto que ayudara realmente a la localización del peligro. Lo único que sacaba en consecuencia es que aquel camino hacia la pubertad tenía que recorrerlo muy seriecita y con el susto en el cuerpo, como si a cada momento pudiera saltar un bicho desconocido de cualquier esquina. Eso era prepararse a ser mujer. Carmen Martín Gaite: Usos amorosos de la postguerra española, 1987 (Anagrama, 1990, p. 101, p. 110) |