Desde que nacemos estamos aprendiendo: a caminar, a hablar, a escribir... A la hora de adquirir nuevos conocimientos, disponemos de diferentes recursos, como la experiencia, la imitación, el estudio o que alguien nos enseñe a hacerlo. Por supuesto, la literatura puede ser una herramienta más para enseñar conceptos abstractos. La expresión latina «docere et delectare» significa «enseñar y deleitar», es decir, enseñar con algo que resulte agradable. Por eso, la literatura puede ser útil para aprender. Por ejemplo, cuando somos pequeños no estamos preparados para entender qué son el amor, el odio o la rabia. Sin embargo, podemos usar un cuento en el que un personaje nos enseñe algo sobre estos sentimientos.  

Surge, así, un género literario cuyo objetivo es enseñar o instruir y que recibe el nombre de género didáctico. Puesto que el objetivo principal es hacer que el lector reflexione sobre un tema y saque una enseñanza que pueda aplicar en su vida real, el género didáctico no sirve para entretener como podría ser el caso del género narrativo o dramático y tampoco sirve para manifestar sentimientos como la lírica. Por ello, se suele decir que es un género en el que, por lo general, no hay ficción. Por otro lado, el género didáctico también puede servir para divulgar ideas para que lleguen a más gente o combatir bulos o ideas falsas. 

A lo largo de la historia de la literatura, el género didáctico se ha cultivado en distintas etapas porque los autores han visto conveniente poner la literatura al servicio del aprendizaje. No obstante, la época en la que más se crearon obras didácticas fue el siglo XVIII, ya que en la Ilustración le daban mucho peso a la razón y a combatir el analfabetismo de la sociedad.