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Subjetividad objetiva

Subjetividad objetiva

Como hemos dicho, los textos argumentativos son necesariamente subjetivos porque su intención es persuadirnos de la opinión de su autor. Pero, por otro lado, para que esa opinión resulte convincente, debe estar bien fundamentada con argumentos imparciales. ¿Cómo se expresan la subjetividad y la objetividad?

Las marcas clave de la subjetividad son, sin duda, el uso de la primera persona, de expresiones valorativas y de lenguaje connotativo. Si la primera persona es del plural, además de subjetividad, encontramos apelación al lector. Observa el siguiente fragmento en el que el nobel mexicano Octavio Paz habla del poeta español Miguel Hernández. ¿Qué marcas de subjetividad encuentras en él? Explícalas.

En una cárcel de su pueblo natal, Orihuela, ha muerto Miguel Hernández. Ha muerto solo, en una España  hostil, enemiga de la España en que vivió su juventud, adversaria de la España que soñó su generosidad. Que otros  maldigan a sus victimarios; que otros analicen y estudien su poesía. Yo quiero recordarlo.  

Lo conocí cantando canciones populares españolas, en 1937. Poseía voz de bajo, un poco cerril, un poco  animal inocente: sonaba a campo, a eco grave repetido por los valles, a piedra cayendo en un barranco. Tenía ojos  oscuros de avellano, limpios, sin nada retorcido o intelectual; [...] (Octavio Paz. Las peras del olmo, 1957)

Pinturas rupestres
Pixabay/ TheThrillSociety. Arte rupestre (Pixabay License)


Por el contrario, la objetividad exige el uso de  la tercera persona, las fórmulas impersonales y el lenguaje denotativo.
Para resultar objetivo, es preciso borrarnos del texto, eliminar nuestro yo para dejar claro que la fuente de lo que en él se dice es externa y, por tanto, imparcial. Observa el siguiente fragmento en el que Félix de Azúa, escritor y académico de la Lengua, reflexiona sobre el vínculo entre el arte y la especie humana. ¿Qué marcas de objetividad encuentras en él? Explícalas.

[...] Visto desde una perspectiva mucho más general, las artes constituyen un conjunto de prácticas notablemente diversas que nacen en el origen mismo de lo humano (es decir, de lo mortal), desde las primeras entalladuras sobre huesos animales hasta los frescos troglodíticos, y nunca nos han abandonado, incluso cuando las condiciones de supervivencia habrían aconsejado dejar esas prácticas para intentar salvar el pellejo. Puede decirse que la producción de esos signos que los modernos llamamos artísticos y cuyo nombre se aplica tanto a un ídolo de terracota azteca como al urinario de Duchamp, es indistinguible de la aparición en el cosmos de un animal consciente de que ha de morir. [...] (Félix de Azúa. Autobiografía sin vida, 2010)