El Siglo de Oro: el auge de las lenguas vernáculas… ¡y del latín!
¿Alguna vez habéis conocido a alguien que no coma paella porque le guste mucho la fabada? No siempre hay que elegir entre dos cosas buenas: a veces se puede tener todo. Afortunadamente, con las lenguas ¡tampoco! El Renacimiento es un momento de desarrollo de las lenguas romances importantísimo en el que se ponen de moda usos y palabras de distintos idiomas continentales y… ¡del latín!
Al ser reivindicadas como idiomas elevados, bellos y dignos de ser vehículo para la cultura y el conocimiento, a las lenguas romances se les empezó a dar usos nuevos que impulsaron la ampliación de vocabulario y registros que tenían. Recordemos que todas las lenguas del mundo poseen la capacidad de crecer en la medida de las necesidades de la comunidad que las use. Por tanto, si una comunidad lingüística comienza a emplear su lengua para asuntos como la ciencia y la literatura cuando antes solo la usaba para la comunicación oral informal, la lengua crecerá. Esto es lo que le ocurrió al castellano desde la época de Alfonso X el Sabio, que comenzó su uso escrito, académico, jurídico y literario y eso la obligó a ampliar su léxico y sus registros.
¿Y cómo hacen esto las lenguas? En buena medida, utilizando sus mecanismos de formación de palabras (composición, derivación, etc.), pero es muy normal también adoptar préstamos. En la Europa de la Baja Edad Media y del comienzo de la Edad Moderna los distintos idiomas incorporarán grandes cantidades de préstamos de dos fuentes: de otras lenguas poderosas del continente (inglés, francés, alemán, italiano, castellano, catalán, portugués...) y dos lenguas muertas: el latín y el griego antiguo. ¿Por qué? Porque el latín era la lengua que se había utilizado hasta la fecha para el registro escrito y, por tanto, se recurre a él; y porque el Renacimiento es el momento en el que la cultura clásica grecolatina se pone de moda, se utiliza como inspiración y se imita. Veamos ejemplos de lo anterior:
- Italianismos: la cultura italiana fue el mayor referente durante el Renacimiento, por lo que en toda Europa se expandieron palabras de su lengua como novela, soneto, camposanto, carnaval, embajada, escopeta, piloto, bergantín, banco, cambio, cortesano, princesa, gruta, pantano, atacar, etc.
- Galicismos: los préstamos del francés son abundantes, entre ellos tenemos corchete, pabellón, amarrar, cable, galán, reproche, jardín, etc.
- Catalanismos: el Reino de Aragón es muy poderoso en Europa y su lengua también se expande, dejando en el castellano de esta época préstamos como linaje, turrón o prensa. Otros catalanismos conocidos y utilizados hoy por todos son capicúa, alioli, añoranza, banderola, butifarra, cantimplora, cascabel, faena, fango, macarra, molde, orgullo, pantalla, etc.
- Lusismos: mermelada, caramelo, corpiño, sarao, enfadar.
- Latinismos: ofuscar, rubor, belicoso, volumen, vacilar, matrona, terrible, silvestre.
- Helenismos: el griego lleva milenios prestando a otras lenguas sus palabras y lexemas para formar términos. Como pasa con el latín, todavía actualmente la ciencia y la tecnología recurren a esta lengua para buscar nombres a nuevas invenciones (telescopio, geotermia, epidermis, etc.). En la época que estudiamos tenemos ejemplos como alfabeto, academia, coma, ortografía, bucólico, antítesis, musa, sirena, héroe, tirano, agonía, manía, etc.
Además de la incorporación de helenismos y latinismos que se dio con la moda grecolatina del Renacimiento, los escritores de la época quisieron imitar rasgos sintácticos y morfológicos del latín en el castellano, lo que también amplió y enriqueció nuestra lengua. Uno de esos rasgos es especialmente llamativo: utilizaron los superlativos terminados en -ísimo (de -issimus) o en -érrimo (de -errimus), que en castellano se habían perdido y, al hacerlo, lograron que se quedaran en la lengua como una forma normal de superlativo que usamos todos: pobrísimo, paupérrimo, etc.
En el siglo XVI, además se consolidará la creación del Estado moderno que equivale a la España actual y, con él, el castellano, que era la lengua más hablada en la península, acabará adoptando también el nombre de español.