Donde manda patrón, no manda marinero
En los últimos dos apartados hemos hablado del mayor momento de esplendor del castellano y de hegemonía política de España en el mundo. Los siglos XVI y XVII se llaman de Oro, porque es la época de expansión del Imperio español y porque en ellos vivieron las figuras más conocidas de nuestra cultura: Garcilaso, Santa Teresa, Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Velázquez, Ribera, Murillo, Zurbarán, El Greco...
Sin embargo, ya desde el siglo XVII comenzará el declive del Imperio, mientras crecen la hegemonía británica y francesa. Recordemos que durante el siglo XVIII las ideas ilustradas serán punto de inflexión para el mundo entero y se materializarán en dos revoluciones fundamentales, cuyos protagonistas serán Francia e Inglaterra respectivamente: la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Desde entonces y durante el siglo XIX la fuerza de estas dos naciones y sus imperios se impondrá en los cinco continentes y España quedará en un segundo plano.
Hemos visto en recursos anteriores que el poder de las lenguas depende del poder político y social de sus hablantes. Por ello, a partir de este momento el español perderá parte de su fuerza para influir en otros idiomas y, en cambio, durante los siglos XVIII y XIX, adoptará numerosísimos préstamos del francés y el inglés. En el siglo XX, tras la caída de ambos imperios y la destrucción de Europa durante las guerras mundiales, Estados Unidos emergerá como nueva potencia hegemónica en el mundo, de forma que el aluvión de anglicismos continuará llegando al castellano hasta hoy.