Las lenguas no existen
Ya en el recurso anterior hemos planteado a qué nos referimos cuando hablamos de “lengua” o de “dialecto”. Estamos acostumbrados a pensar en las lenguas como auténticas instituciones: Euskera, Español, Portugués, Alemán… Cada año asistimos a innumerables horas de aquello que en el instituto llamamos Lengua o Castellano o Catalán ¡o Inglés! En esas clases, además, estudiamos, paso a paso, sus gramáticas, como si fueran templos de mármol que nosotros debemos recorrer y aprender. Todo esto nos da una idea de que las lenguas son entes independientes que existen y que nosotros podemos aprender, pero... en realidad, es un poco al revés: los que existimos somos nosotros, los hablantes, y, en la medida que hablamos, damos vida y cuerpo a las lenguas.
Cuando una comunidad de hablantes es capaz de entenderse entre sí porque comparte un número considerable de reglas gramaticales y de palabras, entonces podemos deducir el código común que circula entre ellos y decir que es una lengua.
Por tanto, la lengua (por ejemplo, el español) es ese sistema de reglas y palabras que subyace a las producciones de todos sus hablantes.
El habla, por su parte, es la materialización concreta e individual que cada uno hacemos de ese sistema en el momento en que lo usamos.
Nuestras producciones lingüísticas reales orales y escritas -desde el "papá, quero abua" de un bebé hasta el Quijote de Cervantes- son, pues, ejemplos de habla.